miércoles, 15 de julio de 2015

EXPERIMENTOS BIOLÓGICOS SOBRE LA POBLACIÓN

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Todo comenzó a finales de septiembre de 1950, cuando durante unos pocos días, un buque de la US Navy se dedicó a pulverizar una niebla cargada con dos tipos de bacterias, Serratia marcescens y Bacillus globigii (ambas se creían inofensivas), sobre la ciudad de San Francisco.
Los inocentes residentes de San Francisco no sabían lo que se estaba haciendo sin su consentimiento, y aunque las bacterias eran aparentemente inofensivas, hay evidencias de que al menos podrían haber causado la muerte de un residente de la ciudad, Edward Nevin, y que provocaron la hospitalización de otras 10 personas.
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Esa niebla “bacteriológica” extendida premeditadamente sobre San Francisco en 1950, tenía como objetivo probar cómo se podría utilizar un sistema similar para ayudar a difundir una arma biológica; es decir, fue un“ataque de guerra bacteriológica simulado”.
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Durante los siguientes 20 años, los militares norteamericanos realizaron 239 pruebas de “guerra bacteriológica” sobre zonas pobladas, según informes de prensa publicados en la década de 1970.
Estas pruebas incluyeron la emisión a gran escala de bacterias en el sistema de metro de Nueva York, en la autopista Pennsylvania Turnpike, y en el aeropuerto nacional a las afueras de Washington, DC
La prueba de San Francisco fue un éxito, como reveló Rebecca Kreston en Discover Magazine, y también es considerado “uno de los mayores experimentos humanos en la historia”.
Pero como también revela Kreston, también “fue uno de los mayores delitos del Código de Nuremberg desde su creación”. Dicho código estipula que se requiere el consentimiento voluntario y perfectamente informado de los participantes en una investigación, y que los experimentos que puedan conducir a la muerte o a lesiones discapacitantes, son inaceptables.
Como vemos, sólo hicieron falta cinco años tras la Segunda Guerra Mundial para que los EEUU rompieran el código de Nuremberg.
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Esta historia parece una locura conspirativa, pero fue algo real y perfectamente documentado.
“Se concluyó que un ataque exitoso con una arma biológica en esta área, podía ser lanzado desde el mar, y que las dosis efectivas podían expandirse sobre áreas relativamente grandes”, concluyó un informe militar que fue desclasificado mucho más tarde y que fue citado por el Wall Street Journal.
Además del Wall Street Journal, periódicos relevantes como The New York Times, Washington Post, Associated Press y otras publicaciones hablaron de ello cuando se desclasificaron los documentos, además de los testimonios ante el Congreso de la década de 1970.
Se sabe que como mínimo, el experimento de 1950 en San Francisco causó una muerte.
Fue la de Edward Nevin, un hombre que se había estado recuperando de una cirugía de próstata cuando de repente cayó enfermo con una infección urinaria severa a causa de Serratia marcescens, una de las bacterias teóricamente inofensivos que formaba parte del experimento. La bacteria no había sido detectado antes en aquel hospiral y su presencia era muy rara en el área de la bahía y en California en general.
La bacteria se propagó hacia el corazón de Nevin y murió unas semanas después.
¿Y qué sucedió tras esta muerte?
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Bien, una vez se reveló, décadas después, que se había producido el experimento, el nieto de Nevin intentó demandar al gobierno norteamericano por la muerte de su abuelo, pero el tribunal sostuvo que el gobierno era inmune a una demanda por negligencia y que estaba justificada la realización de pruebas sobre la población sin el conocimiento de los sujetos.
Según el Wall Street Journal, el Ejército declaró que la infección se produjo dentro del hospital y el Fiscal Federal justificó los experimentos, argumentando que se tenían que llevar a cabo pruebas en una zona poblada para saber cómo un agente biológico afectaría a esa zona.
Todo esto puede parecer un caso anecdótico y muy lejano.
Pero hagamos un ejercicio de imaginación y trasladémonos a la década de 1950; imaginemos que somo un ciudadano norteamericano.
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EEUU vivía aún bajo los efectos de la “gloriosa victoria” de los aliados en la Segunda Guerra Mundial; el pueblo norteamericano estaba orgulloso de lo que había hecho: se consideraban los salvadores del mundo libre, los paladines de la libertad y la democracia, que habían derrotado a las tiranías malvadas del nazismo y el imperio japonés.
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Ahora imaginemos que nos trasladamos a esa época y le decimos a uno de esos orgullosos norteamericanos que su querido gobierno está llevando a cabo experimentos con armas biológicas sobre el público estadounidense, de forma secreta.
Sin duda, cualquiera de esos ciudadanos nos trataría de locos, de lunáticos y de “teóricos de la conspiración”. “¡Eso no lo habría hecho ni Adolf Hitler!”, nos habrían espetado. Nadie lo habría creído, a pesar de que ahora sabemos que fue algo real y perfectamente documentado.
Bien, ahora volvamos al presente y imaginemos, por un momento, lo que los gobiernos actuales y las multinacionales a las que sirven, pueden estar haciéndole a la población sin que esta lo sepa…


Guerra biológica y bioterrorismo 


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