Varios policĆas cargan durante una manifestación en defensa de la sanidad pĆŗblica. FERNANDO SĆNCHEZ
Existen dos tipos de personas: las que se sienten seguras con mayor presencia policial, guardias jurados, redadas arbitrarias, cĆ”maras de vigilancia, alarmas y alambradas; y luego existen las personas a las que ese tipo de despliegues, muy al contrario, les produce una sensación de inseguridad, de amenaza constante. En Reino Unido los policĆas raramente portan armas. Tampoco en la RepĆŗblica de Irlanda, ni en Nueva Zelanda ni en Noruega. La policĆa de Islandia mató el dĆa 3 de diciembre a una persona, era la primera vez que ocurrĆa desde la creación de ese cuerpo de seguridad, en 1778.
No es casualidad que, en general, las sociedades mĆ”s cohesionadas, en las que sus ciudadanos disfrutan de mĆ”s derechos sociales, sean precisamente las mĆ”s alejadas de la idea de ‘Estado policial’.
El concepto de seguridad que tradicionalmente se ha utilizado en EspaƱa es, sin embargo, el mĆ”s reduccionista. Y lo ha sido tanto en polĆtica interior como exterior. Consiste en reducirlo todo a una mera actividad policial o militar. Un ejemplo: los programas de armamento en EspaƱa, segĆŗn datos de El PaĆs, suman 30.000 millones de euros. De hecho, el verano pasado el Gobierno aprobó un crĆ©dito extraordinario de mĆ”s de 877 millones de euros para armamento. El aƱo anterior hizo lo mismo por valor de 1.782 millones. IdĆ©ntica mentalidad es la que motiva que el Ministerio del Interior decida gastar 500.000 euros en un camión para lanzar agua a presión sobre manifestantes.
Ese concepto de seguridad es el que lleva a ver la intervención militar o policial como el Ćŗnico recurso para solucionar un conflicto. Por supuesto, entender asĆ las cosas es especialmente beneficioso para cualquier agenda totalitaria, y para las industrias armamentĆstica y petrolera. TambiĆ©n es rentable polĆticamente. Es populismo puro y duro: atrae al electorado con ideas mĆ”s primarias y esquemĆ”ticas.
Va en interĆ©s del capitalismo salvaje el que cunda la noción de que el Ćŗnico concepto de seguridad es el militarista o policial. Sin embargo la autĆ©ntica seguridad es algo muy distinto. En su obra Una teorĆa sobre la motivación humana, el psicólogo estadounidense Abraham Maslow concibió en 1943 su famosa ‘pirĆ”mide’ en la que clasificó el grado de importancia de las necesidades del ser humano. La seguridad ocupaba la segunda franja (sólo por detrĆ”s de necesidades como la respiración, la alimentación, el descanso o el sexo); pero el concepto de seguridad de Maslow se referĆa a la seguridad fĆsica, de empleo, de recursos, moral, familiar, de salud y de propiedad privada.
Nuestro Gobierno, como tantos otros de corte reaccionario y pulsión totalitaria, no duda en aplicar polĆticas que desprecian un concepto amplio de seguridad: seguridad jurĆdica, laboral, personal, social, medioambiental… Cuanto mĆ”s se descuidan estas parcelas de la seguridad, mĆ”s aumenta la exclusión social y, por tanto, mĆ”s aumenta la conflictividad y, en algunos casos, la delincuencia. Ćse es precisamente el efecto buscado: crear situaciones en las que el recurso a la fuerza (es decir, al concepto de seguridad militarista o policial) parezca la Ćŗnica ‘solución’. Es la forma en la que el ultraliberalismo expresa su pesimismo esencial, su alma represiva, su clasismo intrĆnseco, su pobre concepto del ser humano y de la dignidad inherente a toda persona.
Lo mismo sucede a escala internacional. Existen miles de medidas preventivas que podrĆan evitar guerras y actos terroristas. Medidas como disminuir la dependencia de combustibles fósiles, garantizar el acceso al agua potable en los paĆses empobrecidos, fomentar la educación, la redistribución de la riqueza y, en general, mejorar las condiciones de vida de los seres humanos. En lugar de eso, la respuesta internacional pasa o bien por la desidia (desentenderse de conflictos que no afecten a sus intereses económicos) o bien por intervenciones militares que enquistan los problemas y generan mayor inseguridad. Irak es sólo un ejemplo.
En esa óptica se explica que nuestro Gobierno aumente las partidas de gasto en armamento y recorte tanto los fondos para polĆticas que garanticen la cohesión social, como tambiĆ©n el presupuesto destinado a cooperación y desarrollo. La acción humanitaria de EspaƱa en el exterior lleva un hachazo acumulado de mĆ”s del 80% desde 2011, seƱaló en octubre la ONG Ayuda en Acción. Ahora mismo la cifra destinada a cooperación es de 2.000 millones de euros, un tijeretazo del 9,2% respecto al aƱo anterior. Nótese el desequilibrio: 2.000 en cooperación internacional frente a 30.000 millones en armamento. Son vasos comunicantes: cuando se recorta en lo primero se acabarĆ” viendo ‘necesario’ aumentar el gasto en lo segundo.
Pero que nadie se llame a engaƱo: cuando nos dicen que hacen lo que hacen “por nuestra seguridad” en realidad lo hacen por la seguridad (económica) de unos pocos. Porque las autĆ©nticas fuerzas de seguridad no son otras que los mĆ©dicos, los maestros, los trabajadores sociales, los mediadores, los cooperantes… Mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos de nuestro paĆs, y tambiĆ©n la de los seres humanos del resto del mundo, no es ya una cuestión de justicia social, de Ć©tica ni de altruismo. Es una cuestión de simple inteligencia, de lo que los filósofos llaman ‘egoĆsmo ilustrado’. No hay que ser una lumbrera ni un santo para darse cuenta de que cuanto mejor vivan nuestros vecinos (desde el mĆ”s próximo al mĆ”s lejano) mĆ”s seguros estaremos nosotros. Pero claro, los que gobiernan no son precisamente lumbreras, ni mucho menos santos.
Fuente: la marea
No hay comentarios:
Publicar un comentario