Soy funcionario del Cuerpo Nacional de Policía. Ingresé en el cuerpo hace 4 años y como todos los que pertenecemos a esta institución, lo hice con la mayor ilusión del mundo. Lo hice un frío día de febrero en el Centro de Formación de Ávila con una maleta enorme que tuve que cargar un buen rato hasta que nos alojaron en dicho centro, pero no pasó nada, aquello era la ilusión de mi vida y no veía nada malo en aquella situación.
El curso que nos forma como policías tiene una duración de seis meses con una gran carga lectiva, más de doce asignaturas que todos los que integramos este cuerpo hemos aprobado con un gran esfuerzo y sacrificio, seis meses de duro estudio en los cuales no tienes ni voz, ni voto, ni pensamiento y, si me apuras, varios de nuestros derechos fundamentales constitucionales restringidos.
Pero no pasó nada, sólo pensaba que aquella disciplina más que militar era necesaria para mantener un orden en una Academia que contaba con una población de más de 3.000 personas. Cobraba 375 euros al mes y era feliz, porque jamás en mi vida me habían pagado por estudiar. Yo con veintipocos años no necesitaba más para sobrevivir. Quizás aquel compañero de sección que ya tenía 30 años, dos hijos y una hipoteca que pagar, veía la vida desde otra perspectiva.
Pasaron los meses y terminó nuestro período en el Centro de Formación y nos fuimos adscritos a plantillas de toda la geografía nacional. Todavía seguíamos destinados en dicho Centro pero ya prestábamos nuestros servicios en las comisarías. Nos empiezan a pagar ya las nóminas con todos los complementos que los funcionarios tienen reconocidos por ley, pero ya me da que pensar cuando me entero que si estoy destinado en Ávila y presto mis servicios en otra ciudad, el Cuerpo Nacional de Policía ha de abonarme las dietas correspondientes a dicho desplazamiento.
Pero siguió sin pasar nada, a pesar de no ingresar lo que tenía reconocido por ley, seguía con ilusión y fuerza en mi carrera profesional. Terminó esa etapa académica sólo teórica y comenzó la parte práctica. No era la primera vez que me vestía de uniforme pero sí la primera que lo hacía en la calle, velando por los derechos de los ciudadanos y siempre a disposición de estos. Fueron los mejores nueve meses de mi vida, me sentía policía y estaba orgulloso de eso. Cuando tenía algún día libre aprovechaba para viajar a mi casa y visitar a mi familia y sólo tenía buenas palabras, le contaba cosas del trabajo a mi padre y éste se alegraba de que yo estuviese contento. Un período de prácticas profesionales en los que hubo intervenciones mejores y otras peores, momentos de satisfacción y alegría y momentos de miedo y tensión, pero bueno, según dicen somos policías y va en el sueldo. Sin embargo veía ciertos detalles en relación con los medios materiales de los que disponíamos que me parecían raros, ¿escasez de medios? No puede ser cierto, si esto es la “Policía Nacional”. Los veteranos con los que trabajaba se pasaban gran parte del tiempo quejándose de la situación laboral de los Policías en general, y como yo todavía no lo veía, ni los apoyaba, ni los respaldaba y a veces, ni siquiera los quería escuchar.
Pasadas las prácticas profesionales llegó el gran día, aquel en el que se celebra el acto por el cual, tras jurar la Constitución, todos los aptos fuimos nombrados funcionarios de carrera del Cuerpo Nacional de Policía. Todavía recuerdo ese día, vestido con el uniforme de gala, notando la satisfacción en las caras de mi familia. Ya se hablaba de crisis en aquel entonces y vi como el Secretario de Estado de Seguridad llegaba al Centro de Formación de Ávila desde Madrid para presidir el acto en un helicóptero propiedad de la Policía. Estrenaba mi traje de gala y ya tenía un botón dorado de un bolsillo descosido, sin embargo un político del Gobierno utilizaba un medio material del Cuerpo Nacional de Policía empleado “supuestamente” en la seguridad ciudadana para realizar su traslado de manera más cómoda. Aún así fue un detalle al que no le presté atención, había elegido Madrid como destino y sólo pensaba en llegar a dicha ciudad para servir a todo ciudadano que requiriese de mis servicios.
Llegué a Madrid y me destinaron a los Zetas, aquellos vehículos radio-patrullas que dependen de la Sala del 091 para cubrir las llamadas de los ciudadanos. Me sentía más Policía que nunca porque había caído en el destino que yo quería, con el que siempre había soñado. Empecé a trabajar y me di cuenta ya que “no todo lo que reluce es oro”. Después de dos años prestando servicio en esa unidad, ya no tengo la misma ilusión que me precedía cuando me levantaba y me iba a trabajar. Ahora noto en mi piel aquella escasez de medios de la que se quejaban los veteranos:
− No hay chalecos antibalas, a mi el mío me ha costado 625€.
− No hay fundas antihurto para las pistolas, la mía me ha costado 50€.
− No hay coches para salir a patrullar a la calle.
− No hay equipos de radio-transmisión para todos.
− No hay prendas de uniformidad, las mías ya las he arreglado más de una vez.
− No hay material de oficina en las comisarías.
− No hay tinta de impresora para imprimir documentos públicos.
− No hay jabón para lavarme las manos en el baño.
Y lo peor de todo es que ya no tengo fe en este Cuerpo. Sólo veo cómo los “jefes” dirigen una institución pública al servicio de los ciudadanos como si esto fuese su propia empresa privada, utilizando tanto medios materiales como humanos para conseguir unos objetivos que repercutan de forma positiva en su propia carrera profesional, o incluso, en su vida particular, utilizando vehículos oficiales para desplazamientos privados.
Me obligan a detener cada vez a más personas para incrementar unas estadísticas falseadas y crecer así ellos profesionalmente. Personas que son detenidas por una simple infracción administrativa a la ley de extranjería, personas con derechos y libertades que son continuamente perseguidas y detenidas, privadas de un derecho fundamental como la libertad sin haber cometido ningún tipo de delito. De esta forma aquel “jefe”, ese Comisario que está sentado plácidamente en su despacho podrá decir que ha mejorado la delincuencia, y así lo ascenderán, y le darán un puesto mejor y cobrará más a final de mes. ¿Y qué pasa entonces conmigo?
− Que si le doy un golpe a un coche me expulsarán de mi unidad.
− Que si no cumplo con su falsa estadística me expulsarán de mi unidad.
− Que seguiré sin tener ningún tipo de apoyo administrativo, y ya no hablemos judicial.
− Que tendré que seguir aguantando las coacciones y amenazas de mi jefe para que cumpla de nuevo con sus falsas estadísticas.
− Que seguiré jugándome la vida en muchas intervenciones en la calle, viendo cómo los méritos se los llevan otros.
Llega final de mes y tiemblo porque el Director General de la Policía dice que el Cuerpo tiene una deuda de 175 millones de euros a sus proveedores (agua, luz, gasolina…), ¿será este el mes en el que dejan de pagarme? De momento sólo sé que me suben la retención de IRPF y me volverán a bajar el sueldo por tercera vez, ¿es justo que la crisis la pague yo?
Es enero y como todos los años toca cobrar la productividad variable del año pasado y el mismo Director General dice que faltan 12 millones de euros de esta partida. Un dinero que viene presupuestado desde el año pasado y de donde cogieron parte para sufragar los gastos del dispositivo de seguridad de la visita del Papa en verano. Vamos, que dicho dispositivo ha costado 12 millones de euros y ahora pretenden descontarlo de la paga de 82.560 funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía. Entonces, ¿el dispositivo del Papa lo pago yo? Trabajo en él y aún por encima lo tengo que pagar. Y aún con todo esto, sigo entrando a mi hora a trabajar, saliendo tarde como siempre, cobrando cada vez menos y trabajando cada vez más. Pero no puedo quejarme, porque soy funcionario y soy un afortunado de disfrutar de todas estas penurias (y más) en mi trabajo.
Ahora os comprendo veteranos, perdonad que en su día os ignorase e incluso os descalificase, “simplemente” tenía una idea equivocada de lo que en realidad es la Policía. USTED, CIUDADANO, NO SE PREOCUPE, SEGUIRÉ OFRECIÉNDOLE SIEMPRE LO MEJOR DE MI PORQUE ESTOY AQUÍ POR VOCACIÓN.
***Escrito por un Policía Nacional anónimo***