"El espíritu del hombre está hecho de tal manera que capta mejor la apariencia que la realidad" (Erasmo de Rotterdam, Elogio de la Locura, 45)
Desde los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, muchas personas vienen especulando, no sólo con la posibilidad de que los atentados islamistas sean ataques de bandera falsa orquestados por los servicios secretos atlantistas, sino, también, con la de que muchos de los aspectos que rodean a estos acontecimientos (si no todos) pudieran ser mera ficción (1). Y es que las ventajas que esto le proporcionaría a la OTAN para poder desarrollar con mayor fluidez sus maquiavélicos planes serían innumerables. Veamos por qué.
Uno de los principales problemas a los que se enfrentan los gobiernos que optan por la estrategia de los ataques de bandera falsa (destinados, principalmente, a justificar ante su población el lucrativo negocio bélico) suele ser el deseo de algunos de los familiares de las víctimas (y de las propias víctimas no mortales) por llevar hasta el fondo las investigaciones sobre lo ocurrido. Esto puede conducir a que una buena parte de la población llegue a descubrir la verdad sobre este macabro tipo de estrategias, perdiendo así una parte importante de la efectividad que pretenden tener. Además, el elevado número de víctimas que se necesita para que este tipo de estrategias tengan la repercusión mediática y el efecto dramático deseados, conlleva el riesgo de que el número de familiares que deseen esclarecer lo ocurrido sea también elevado; así como el riesgo de que puedan verse afectadas personas de cierta relevancia social, con influencias suficientes para esclarecer los hechos. Un ejemplo de estos riesgos es el trabajo realizado por muchos de los familiares de las víctimas en los casos del 11-S, en Estados Unidos, y del 11-M, en España, cuyas investigaciones destaparon la complicidad de las autoridades de los respectivos países en uno y otro.
Si, en lugar de masacres reales, se realizaran simulacros dramatizados, que fueran presentados como hechos reales por los medios de comunicación de masas, esto, no sólo evitaría el problema anteriormente expuesto, sino que además proporcionaría otras muchas ventajas a los perpetradores.
Un simulacro realizado con anterioridad y presentado como un acontecimiento en tiempo real evitaría lo que podríamos denominar como riesgos del directo: que los explosivos no estallaran donde y cuando deben, que los señuelos dejados para orientar las investigaciones en la dirección deseada desaparecieran accidentalmente, que los autores fueran interceptados o identificados antes o en el momento de cometer los atentados; todo lo cual, posteriormente, podría dificultar que la versión oficial tuviera la apariencia de veracidad suficiente.
Otra ventaja sería la de tener un control total sobre las pruebas y los testimonios que se filtran, evitando así que los testimonios de testigos presenciales puedan contradecir la versión oficial de los hechos (2), al mismo tiempo que se tiene la posibilidad de fabricar con absoluta libertad todo tipo de pruebas falsas y señuelos que sirvan para orientar las sospechas del gran público según lo deseado. En definitiva, se consigue un control total de la situación sin apenas dejar cabos sueltos.
Mucha gente objetará que, para que algo así fuera posible, sería necesaria la participación de un ingente número de individuos, lo cual podría suponer un riesgo para el secretismo requerido en este tipo de operaciones. Esto no es un problema en las degradadas sociedades occidentales, donde millones de individuos estarían totalmente dispuestos a hacer lo que fuera y a guardar silencio sobre ello con tal de asegurarse una paguita mensual o un futuro ascenso. Un ejemplo muy claro lo tenemos en las guerras o las cárceles, donde, a pesar del elevadísimo número de personas que son necesarias para la supervivencia de unas y otras, el hermetismo en torno a lo que allí sucede es absoluto, y son contadas las ocasiones en las que podemos enterarnos (nunca por cauces oficiales) de los abusos y salvajadas que se cometen.
La mentira masiva y la creación de mitos y ficciones es (y ha sido siempre) una práctica habitual e inherente a todo sistema de dominación de grandes multitudes humanas, para lo cual, siempre ha sido necesario que colaboran de forma consciente un elevado grupo de personas; por lo que no debería sorprender a nadie que, a pesar del hecho de que haya muchas personas que están al corriente de estos engaños, se pueda mantener el secretismo con total seguridad. Además, gracias a la cultura audiovisual que hoy impera en las mentes de los individuos contemporáneos, todo aquello que no aparece en los medios masivos es como si no existiera para el ciudadano medio; así que ya puede alguien salir a la calle y gritar a los cuatro vientos que tiene todo tipo de pruebas sobre crímenes cometidos por el Estado, que si no tiene eco en los grandes medios, no tendrá la menor credibilidad para las masas.
Por último, es importante señalar que el degradado individuo de nuestros tiempos, cuya relación con el Estado es similar a la de un lactante con una ubre materna, es absolutamente incapaz de sentir la menor desconfianza hacia su idolatrado benefactor, por lo que rechazará sistemáticamente (como si de un ataque personal se tratara) todo cuestionamiento de su autoridad.
Sólo teniendo en cuenta estos factores y poniéndonos fríamente en el lugar de quienes perpetran este tipo de maquiavélicas estrategias, comprenderemos que, si su verdadero objetivo es la conquista de las mentes de los millones de telespectadores que observan los hechos desde sus casas y no la de los pocos que los sufren en directo, sería mucho más inteligente hacer llegar a los primeros una historia pregrabada, dramatizada por actores, en la que se dejen atados los principales detalles: conseguir un atentado lo suficientemente espectacular, dejar muy clara la autoría, recrear todo tipo de anécdotas emotivas; evitando así víctimas reales, lo que evitará en gran medida que la versión oficial de la historia pueda ser puesta en duda por posteriores reclamaciones de los afectados (3), de tal modo que, desactivado uno de los factores que más podría desestabilizar la versión oficial, el discurso antiterrorista quede prácticamente blindado, permitiendo a los Estados desarrollar con mayor impunidad sus proyectos (fascismo de Estado, en lo local, y militarismo imperialista, en lo internacional).
Recordemos que no se trata de que sea una historia creíble (la gente se tragará todo lo que le cuente la TV), se trata de que sea lo más emotiva posible para que movilice la característica irracionalidad de las masas. Por lo tanto, recurrir a todo tipo de elementos que contribuyan a realzar el aspecto mitológico de lo sucedido será siempre de gran ayuda para que la historia se consolide con mayor fuerza en el subconsciente de las masas. Los recientes sucesos de París son un magnífico ejemplo de todo esto: fechas que, en occidente, están asociadas a la tragedia (viernes 13); asesinos dementes, capaces de suicidarse para poder matar a cientos de civiles inocentes, resucitando de este modo el viejo mito de los kamikazes (grabado a fuego en el imaginario occidental desde Pearl Harbor); víctimas que asistían a un concierto de música satánica, dando con ello un colorido aún más siniestro a toda la historia; uso de kalashnikov por parte de los terrorristas, estableciendo así un nexo psicológico con el viejo fantasma de la amenaza soviética; machacona repetición de la imagen de una mujer embarazada huyendo de la amenaza terrorista, representando la típica alegoría de la "doncella en apuros", tan utilizada históricamente por occidente para incitar a su población a la guerra (4).
Hoy en día se dan las condiciones técnicas y humanas necesarias para que los Estados puedan desarrollar con éxito este tipo de operaciones simuladas. Por lo tanto, si los beneficios que éstas les pueden proporcionar son tan elevados, ¿por qué iban a desaprovechar una oportunidad así? Hay que tener en cuenta, además, que la lealtad y fidelidad entre los diferentes órganos del Estado es absolutamente férrea, con lo que toda maniobra realizada por cualquiera de ellos será siempre disciplinadamente seguida y encubierta por el resto.
La naturaleza de todo Estado es profundamente perversa, pues su fin no es otro que el de conseguir el sometimiento ciego de las multitudes; precisamente, por eso, no dudará lo más mínimo en utilizar todo medio que tenga a su alcance para alcanzar sus propósitos, independientemente del grado de inhumanidad que ello pueda entrañar.
No entender (o no querer entender) el funcionamiento normal del ente estatal nos impedirá entender muchas otras cosas; por lo que, para realizar un análisis medianamente objetivo de la realidad social, sería aconsejable librarse de muchas de las ficciones y fantasías con las que la propaganda ha venido idealizando al Estado.
Notas:
(1) Como el haber hecho pasar por real el que unos aviones de aluminio atravesaran sin ninguna dificultad rascacielos blindados, como si se tratasen de cuchillos atravesando mantequilla.
(2) Como sucedió en el caso del 11-S, donde multitud de personas pudieron ser testigos directos de las explosiones secuenciadas que fueron las causantes reales de la demolición de las torres.
(3) No es casualidad que los autores de los atentados suelan ser terroristas suicidas, pues, desaparecidos éstos, desaparece también toda posibilidad de un juicio posterior para determinar la autoría, evitando así investigaciones que pudieran poner en evidencia la veracidad de la versión oficial.
(4) Recordemos la campaña promovida por occidente con el tema del Burka para justificar la invasión de Afganistán, a pesar de que el uso de esta prenda fuera minoritario en este país y de que las bombas invasoras no pudieran diferenciar entre partidarios y detractores de la misma.
(Fuente: http://conspiracionabierta.blogspot.com.es/)