La psiquiatría como práctica clínica ha sido duramente cuestionada en las últimas décadas. La principal crítica se concentra en la falta de criterios científicos al establecer el diagnóstico de las enfermedades mentales.
En 1952 la Asociación Estadounidense de Psiquiatría publicó "El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales" (DSM-Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders), en el cual se listaban las 112 "enfermedades mentales" que podían afectar al ser humano. Pero estas fueron clasificadas sin basarse en ningún procedimiento científico estándar, sino en los votos enviados por los psiquiatras y en algunos grupos de discusión académica. Hoy luego de 4 o 5 actualizaciones a ese manual (ya van en el DSM IV o V), hay más de 300 trastornos mentales distintos y pareciera que con el advenimiento de la tecnología, cada año se inventan más.
El punto es que muchas de estas enfermedades, como el citado por el Dr. Thomas Srasz "Déficit de Atención", son inventos sacados del sombrero que terminaron rotulando como "enfermos mentales" a millones de personas sanas, en particular a niños que a la postre terminaron siendo medicados y marcados para toda su vida.
Esta tendencia a diagnosticar enfermedades, trastornos y síndromes, solo trajo dos beneficiados obvios: los psiquiatras, que vieron aumentar astronómicamente su consulta directa e institucional y las farmacéuticas, que diligentemente trabajaron el concepto de un fármaco para cada enfermedad, haciendo miles de millones de dólares con una población de "enfermos mentales" cada vez mayor.
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