sábado, 2 de noviembre de 2013

el triunfo de gran hermano


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Hemos caído en la trampa.
Es triste aceptarlo y sobretodo resulta profundamente descorazonador.
Pero es la cruda verdad.
La dictadura global avanza con paso firme y seguro.
El infierno del Control Masivo ya es un hecho imparable.
A mucha gente quizás le parezca absurdo que ahora, precisamente ahora, cuando se desenmascaran los casos de espionaje masivo de la NSA y de Wikileaks, alguien se exprese de forma tan derrotista.
Mucha gente quizás piense que jamás se habían desvelado tantas verdades juntas y que la sombra del Gran Hermano se aleja definitivamente, diluida por la cegadora potencia de los focos mediáticos.
Pero son precisamente esos focos mediáticos los que revelan la cruda realidad, los que nos muestran cuan terrible es la situación que estamos viviendo.
Porque realmente importa muy poco, por no decir, absolutamente nada, lo que está sucediendo sobre el escenario.
Poco importa que los gobiernos Europeos y Latinoamericanos se muestren indignados ante la vigilancia masiva de la NSA.
Poco importa que algunos de ellos colaboraran o no en la vigilancia Norteamericana, como es el caso de Francia y España, enfrascados como están sus máximos dirigentes Hollande y Rajoy en una frenética carrera por dirimir cuál de los dos alcanza las más altas cotas de ridículo en la política Europea.
Poco importan las medidas que tomen Angela Merkel, Dilma Rousseff, o los altamente democráticos gobiernos de China y Rusia en su lucha por rematar al malvado Imperio Americano, convertido ya en villano de su propia película.
Ni tan solo importan las nuevas revelaciones que puedan surgir a partir de ahora, porque en realidad, nada va a cambiar lo que puedan aportar Edward Snowden, Julian Assange, la NSA, ni mil y un documentos filtrados o sacados a la luz quien sabe desde qué oscuros ficheros.
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No nos dejemos embaucar por la estimulante inmediatez de las noticias ni por el torbellino de detalles superficiales formados por luces de colores y titulares rutilantes y explosivos.
Y mucho menos por las presuntas soluciones que surgirán milagrosamente, aparentemente destinadas a preservar nuestra privacidad y nuestra seguridad en ese pomposamente bautizado como espacio de libertad que es Internet.
Porque la verdad es que el Gran Hermano ya ha triunfado.
Ya está aquí.
Y ha llegado para quedarse para siempre, para formar parte integral de la Especie Humana hasta el fin de los tiempos.
Esa es la espantosa y terrorífica realidad.
¿Porqué?
Porqué ya vivimos sometidos al más estricto control las 24 horas del día, rodeados de las omnipresentes cámaras de vigilancia en calles, oficinas, edificios y carreteras.
Y porque somos totalmente incapaces de prescindir de los móviles y de las tablets y sobretodo de Internet y del imparable almacenamiento de nuestros datos en la Nube, esa suerte de creciente cerebro común que nos arroja a un nuevo y tenebroso estado como especie.
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Y ante todo, porque a nadie le importa ni le preocupa en lo más mínimo que le estén vigilando y controlando.
Porque al fin y al cabo, ¿Cuales han sido las 2 frases más pronunciadas por la ciudadanía tras desvelarse el escándalo de vigilancia masiva de la NSA?
“Todos lo sabíamos”
y
“Yo no tengo nada que esconder”
Frases repetidas hasta la saciedad por la gente de la calle, como un mantra hipnótico, que revelan el profundo estado de condicionamiento mental y de vergonzante sumisión al que estamos todos sometidos.
Porque en realidad, estas frases ocultan un mensaje mucho más duro de aceptar:
“Todos lo sabíamos” en realidad significa: “no hicimos nada por impedirlo”
“No tengo nada que esconder” en realidad significa: “no me importa en absoluto que me vigilen…no me importa mi privacidad ni me importa mi dignidad como ser humano…solo quiero que me dejen seguir jugando con mis chismes”
Y este es el punto clave que determina el triunfo final del Gran Hermano.
La sumisión psicológica, la mente conquistada, el apático conformismo de los individuos ante la destrucción de sus libertades y de su dignidad.
Así ha triunfado el mal siempre y así triunfará de nuevo.
Aunque esta vez será para siempre.
CÓMO NOS HAN MANIPULADO
Pero llegados aquí, quizás deberíamos preguntarnos ¿cómo hemos llegado a este punto sin retorno?
Ciertamente, el triunfo del Gran Hermano se fundamenta en 7 maniobras de manipulación psicológica, 7 mecanismos clave instalados en nuestra mente sin los cuales no habríamos aceptado tal situación:
1-Inoculación
Este es el primer paso, el punto inicial de toda programación mental de la población.
Básicamente consiste en inocular una idea en el imaginario común, con el objetivo de normalizarla, es decir, hacerla plausible, comprensible y asumible para todos, hasta convertirla en una posibilidad vital.
El objetivo principal consiste en eliminar el impacto emocional que implicaría imponer súbitamente y por la fuerza el concepto que se quiere inocular.
En este ejemplo concreto, el concepto a inocular es el del Control Masivo de la Población.
El vehículo habitual y más efectivo utilizado para introducir conceptos destinados a moldear el imaginario social es la ficción cinematográfica y televisiva de masas.
Enemy_of_the_StateAsí, durante años hemos sido inoculados progresivamente con el concepto del Control Masivo a través de exitosas películas, como por ejemplo: El Show de Truman o Enemigo Público, hasta culminar en series de TV como Person of Interest, donde la visión de ese Control ya es casi real, sin olvidar el show televisivo más destructivo y malintencionado jamás creado: Gran Hermano.
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Todas estas ficciones, especialmente Enemigo Público y Person of Interest, dada su plausibilidad y actualidad, han condicionado nuestra mente para que pronunciemos sin pestañear la frase: “Todos lo sabíamos”.
¿Qué habría sucedido si nuestra mente jamás hubiera ni tan solo concebido la posibilidad del control masivo que nos ofrecen estas obras de ficción?
¿Cómo habría reaccionado entonces la población al despertarse un buen día y descubrir que todas nuestras llamadas y mensajes son monitoreados, analizados y almacenados?
El impacto podría haber sido brutal.
La confianza hacia nuestros gobernantes y hacia el sistema entero se habría venido abajo, como si un repentino día descubrieras que tus padres te secuestraron cuando eras un bebé o que tu marido es un asesino en serie.
Pero ese impacto no se ha producido, porqué el concepto ya había sido hábilmente inoculado en nuestros cerebros.
Por esta razón no ha sucedido ni sucederá nada.
2-Generalización
Otro de los puntos clave consiste en conseguir que el concepto afecte a todas las personas sin distinción.
Pongamos el ejemplo del Control Masivo.
¿Qué sucedería si un día despertaras y descubrieras que solo te vigilan a ti?
¿Qué solo controlan tus llamadas, que solo monitorean tus datos y comunicaciones y que las cámaras solo te graban a ti, exclusivamente?
Simplemente, no podrías soportarlo y tu reacción podría ser imprevisible.
Sin embargo, si sabes que todos somos controlados y vigilados por igual, la idea del Control se te hace mucho más reconfortante y aceptable.
No te sientes como el único, como el aislado, como el perseguido.
Y eso reduce en gran medida tu sentimiento de rebeldía.
Es un sentimiento análogo al que tendrías si te dijeran que has contraído un virus mortal y que solo lo has contraído tú.
Te sentirías señalado y maltratado por el universo, por el destino o por Dios.
Sin embargo, si sabes que ese virus proviene de un brote epidémico que ha afectado a la mayoría de la población mundial y que vamos a morir todos, te sientes integrado en un destino común y en cierta manera, eso te tranquiliza.
Desgraciada y paradójicamente, este es uno de los resortes psicológicos que impiden que nos rebelemos ante el establecimiento del Gran Hermano.
3-Seguridad
Evidentemente, el argumento base, la excusa, el vil subterfugio en el que se fundamenta el establecimiento del Gran Hermano, es en la supuesta seguridad de la población.
En esa división ficticia entre Buenos y Malos, entre ciudadanos pacíficos y terroristas criminales.
Este es el punto que nos lleva a pronunciar la patética frase: “yo no tengo nada que esconder”.
Una frase terrible, pues alberga en su interior muchas implicaciones.
La primera consiste en considerarse el bueno de la película sin tan solo preguntarse por las motivaciones que puedan tener los supuestos malos ni quienes son en realidad.
La segunda y aún mas terrible es la aceptación sumisa de que la autoridad tenga derecho a vigilar si escondes algo o no.
Tal cesión del poder individual, reflejo directo del mundo que hemos construido, resulta sin lugar a dudas, el hecho más lamentable y despreciable de todos, pues representa un insulto directo a nuestra propia naturaleza humana más esencial.
Pero comprender esa esencia implicaría una conciencia profunda como individuos y eso es algo difícil de conseguir y transmitir, pues ha sido debidamente borrada de nuestra mente por la sociedad, a través de esas factorías de programación mental que son las escuelas.
4-Dependencia
A estas alturas, ya no sabemos prescindir de los propios mecanismos tecnológicos que sirven para controlarnos.
Somos dependientes de ellos, o más bien dicho, nos sentimos dependientes.
La mayoría de gente no sabría vivir sin su teléfono Móvil, su Smartphone, su Tablet, su Computadora, su Whatsapp, su Twitter o su Facebook.
A pesar de que muchos de ellos hayan vivido feliz y confortablemente durante muchos años sin ninguno de estos elementos.
Ahora parece que hayan estado ahí siempre y que sin ellos la supervivencia sea imposible.
Y lo cierto es que nadie querrá aceptarlo, pero hay una palabra para definir eso: se llama Adicción.
Pura adicción psicológica.
Somos adictos a las redes sociales y a nuestros móviles y chismes como lo es un heroinómano o un jugador.
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Y como los adictos nos hemos buscado mil y una excusas para justificar nuestra adicción.
Nos hemos convencido a nosotros mismos de que los necesitamos.
Pero eso no es cierto.
Los necesitamos porque los demás también son adictos como nosotros y no queremos quedarnos solos y aislados.
Se trata de un curioso caso de adicción psicológica social, de carácter masivo, en la que todos ejercemos de camello y de yonki a la vez, una estructura altamente eficiente que impide que nadie abandone jamás su adicción.
5-Participación
Este es quizás uno de los puntos clave más sutiles y tenebrosos.
Pues lo cierto es que no solo somos víctimas del Control Masivo.
También somos partícipes de él y cada vez lo seremos más y más.
En los últimos años, todos y cada uno de nosotros hemos abandonado el rol de mero espectador del espectáculo audiovisual, para pasar al otro lado de la cámara.
Y este es un salto psicológico esencial.
Crucial.
Desde el mismo momento en que somos nosotros los que podemos grabar a los demás, desde el mismo momento en que podemos capturar el mundo y verlo en una pequeña pantalla en tiempo real, nuestra mente supera la línea divisoria y nos introduce inconscientemente en el rol del controlador, del vigilante.
Nos hace partícipes del proceso de Control Masivo y eso reduce enormemente nuestra angustia y de nuevo, nuestra rebeldía.
Nos hemos acostumbrado a ver mil y una imágenes furtivas grabadas con móviles. Imágenes de agresiones policiales, delitos, peleas, accidentes de tráfico y desgracias de todo tipo, vistas en cámara subjetiva.
Nos hemos acostumbrado a grabar sin pedir permiso y a ser grabados sin concederlo.
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Porque nosotros también somos el Gran Hermano.
Y eso sí es terrible.
Pues en un futuro cercano, todos nos grabaremos los unos a los otros, todos ejerceremos de vigilantes, de controladores y de denunciantes.
Ahora quizás parezca una fantasía alocada, pero si todo sigue así, llegará un día no muy lejano en que cada cara que nos crucemos por la calle será una cámara de vigilancia y cada mirada una grabación…y llegados a ese punto ¿qué seremos nosotros?
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Solo seremos actores, fingiendo constantemente para ser aceptados por los demás y por la sociedad.
El triunfo absoluto de la dictadura más atroz y aterradora jamás imaginada, la destrucción de la esencia individual del ser humano y de la libertad personal hasta sus raíces más profundas.
6-Modus Vivendi
Este significa, sin duda, el punto culminante del proceso, la garantía de perpetuación del Gran Hermano: convertir el Control Masivo en un modo de vida.
Y es que ciertamente, ya hemos llegado a esta situación.
Ahí están las nuevas generaciones, crecidas al amparo de los Smartphones y las redes sociales.
Generaciones de jóvenes acostumbrados a exhibirse como monos de zoológico ante los turistas, adictos a la exposición pública de sus rutinas diarias, como un modo de vida y de relación con los demás.
Criados desde pequeñitos en la navegación por las redes sociales, en las que ver constantemente mil y una caras iguales a las suyas, con ropas, peinados, poses y posturas imitadas como las suyas, en un patético e infinito bucle de imitación-exhibición-imitación con el que diluir cualquier atisbo de individualidad en ese ácido tóxico que es la masa despersonalizada.
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Esa es la triste realidad: la aparición de una nueva subespecie humana, formada por semi-individuos con espíritu de colmena, incapaces de vivir si no es bajo la (para ellos) cálida mirada de la omnipresente cámara ante la cual rendir credenciales de forma sumisa y voluntaria.
Porque con las nuevas generaciones, al Gran Hermano ya no le hace falta camuflar sus actividades.
Se exhiben gratuita y voluntariamente, dando todos los detalles sobre sus pensamientos, conductas, actividades e intenciones.
No solo son vigilados y controlados.
Quieren ser vigilados y controlados. Lo necesitan.
Una maravillosa generación de esclavos que por encima de todo desean ser esclavizados. Cuyo único sueño es ser esclavizados. Incapaces de concebir cualquier cosa que no sea su propia esclavitud.
7-Ilusión de victoria
Por último, el Gran Hermano nos ofrece un hábil y malintencionado resorte al que podemos asirnos en momentos de desesperación o súbita clarividencia.
Se trata de un brillo de esperanza prefabricado: la visión del Hacker romántico, del liberador, del Robin Hood de las redes, capaz de derrotar al dragón.
El héroe invencible que desde el anonimato de un aislado sótano puede acabar cuando quiera con tanta opresión masiva, reventando el sistema entero desde su interior.
Una fantasía inoculada junto al concepto del Control Masivo, por la misma vía de la ficción cinematográfica, que actúa como un anticuerpo ficticio en el que, en última instancia, podríamos confiar para liberarnos del Gran Hermano, de la bestia que nos aprisiona.
Pero solo es una patraña.
Un simple y burdo engaño.
Una ilusión en la que no debemos confiar, a pesar de los esfuerzos mediáticos por mostrarnos a algunos de estos héroes solitarios y presentarlos como una alternativa real, con nombres y caras reales y reconocibles, como Julian Assange, Kim Dotcom, Edward Snowden o el sospechoso colectivo Anonymous.
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Pero realmente, el Gran Hermano los necesita.
Porque sin ellos no habría alternativa, no existiría oposición alguna ni lugar a la esperanza y entonces solo quedaría una opción para oponerse al Gran Hermano: cortar los cables, reventar los móviles, derribar los satélites, destruir las redes, demoler el sistema entero…¡y eso sí sería peligroso!
Es mucho mejor una alternativa fiable, una cara amable y heroica que forme parte de los propios mecanismos del sistema.
No hay mejor enemigo que el que creas y controlas tú mismo.
Lo saben todos los gobernantes de la historia.
Así pues, ¿Alguien duda aún de que el Gran Hermano ya ha triunfado?
¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
¿Se trata de un proceso casual o ha sido fruto de una hábil y compleja maniobra de ingeniería social, dirigida durante generaciones?
Ciertamente, poco importa ya.
El sistema de Control Masivo ya está instaurado.
Y basa sus futuros triunfos en la falta de perspectiva de los ciudadanos.
En la falta de visión de esos ciudadanos que ahora piensan que no importa que les vigilen, incapaces de comprender las profundas implicaciones que este sistema de control tendrá sobre sus vidas y sobre las de sus descendientes.
Ciudadanos que no comprenden que al otro lado no se encuentra un señor con auriculares que escucha sus conversaciones y toma notas en un trozo de papel, sino una fría y desalmada máquina que los clasifica, los analiza y los monitorea como si fueran piezas de una factoría o pollos de una granja.
Una máquina sin sentimientos ni empatía que ni tan solo sabe lo que es un ser humano, que nos clasifica a todos según nuestros perfiles, costumbres, aficiones, amistades e inclinaciones ideológicas e incluso sexuales.
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Y con cuya información, determinadas entidades pueden saber, en cada momento, qué resortes deben accionar y cómo deben hacerlo para manipularnos y conducirnos como a un rebaño camino del matadero.
Con un poder de control que ni el más enloquecido de los dictadores y criminales de la historia habría podido ni tan solo soñar.
Porque poco importa que ahora nos portemos bien y no tengamos nada que esconder.
Los criterios de la máquina pueden ser programados a conveniencia y podemos convertirnos en peligrosos cuando ella decida, no cuando lo decidamos nosotros.
Y por más que nos auto-engañemos, por más que decidamos calificar de paranoicos a los que nos adviertan del terrible futuro que se cierne sobre nosotros, por más excusas y subterfugios que busquemos, lo cierto es que, ahora mismo, la única solución, la única salida para impedir que el Gran Hermano siga adelante, pasa por la renuncia radical y generalizada a estas tecnologías y por la demolición del sistema hasta sus cimientos.
Algo triste, casi inconcebible para todos nosotros, pues amamos estas tecnologías, nos hacen la vida fácil y sobretodo, somos adictos a ellas.
Pero desgraciadamente nadie toma conciencia de la enorme magnitud de lo que está sucediendo.
Porque no se trata de una cuestión ideológica, política o social.
No es una mera cuestión de organización o de libertades civiles.
Estamos ante un salto como especie, un momento crucial a nivel evolutivo, pues implica la desaparición de la esencia misma del ser humano tal y como lo hemos conocido hasta ahora y el surgimiento de un nuevo tipo de humanidad.
Por qué la gran pregunta que se plantea es de una profundidad sin precedentes:
¿EN QUÉ TIPO DE SERES QUEREMOS CONVERTIRNOS?
Tú decides.
Fuente: periodismo alternativo

nuestra sociedad esta enferma y necesita urgentemente un cambio politico y economico que redunde en el bien global

Nuestra sociedad está enferma y necesita urgentemente un cambio político y económico que redunde en el bien global
En la era de la globalización, las comunicaciones y la diversidad cultural, encontramos más que nunca individuos que se sienten solos, falsedad en la información y rechazo de todo aquello que nos resulte extraño o diferente. Hace falta un cambio de sistema y hace falta que sea ya.
Qué duda cabe de que la actual mentalidad consumista- capitalista, una mezcla nefasta entre los principios propios de la moral liberal y el liberalismo económico, es una máquina potencial de dar vida a individuos llenos de valores ilusorios y necesidades falsas, pero lamentablemente vacíos de proyectos filosóficos que den  sentido a sus vidas más allá de las meras aspiraciones de supervivencia social y biológica, en el marco de lo impuesto por la simbología consumista/capitalista. 
La búsqueda de sentido propia de todo ser humano,  en nuestra actual sociedad se ve así, en apariencia,  satisfecha por la progresiva realización individual de las exigencias propias de nuestra sociedad,  exigencias éstas orientadas por una moralidad colectiva absolutamente preocupada por las meras apariencias, y un sin fin de necesidades falsas autocreadas, a través de la publicidad, por el propio sistema económico, y en cuya satisfacción reside buena parte de la felicidad del hombre de hoy en el mundo occidental.
Este vacío generalizado de búsqueda del sentido más allá de lo puramente aparente y de lo material, es decir, esta sumisión del sujeto a los valores morales y culturales impuestos por el sistema como supuestos medios para la realización personal, permite que se desarrolle una conciencia competitiva,  propia de un sistema económico que propugna el éxito individual a toda costa,  que nace, crece y  se reproduce  a diario en cada uno de nosotros; haciendo suya nuestra vida ante la comunidad y arrastrándonos sutilmente al egocentrismo y al individualismo más rancio.
Bien es cierto que la comparación con el prójimo es un acto subjetivo dado por igual en todas y cada una de las culturas existentes sobre la faz de la tierra, desde la más primitivas a las más desarrolladas tecnológicamente hablando. Pero esta comparación, que en otros modelos sociales menos desarrollados tiene como objetivo garantizar  el progreso  de la comunidad, su correcta evolución en positivo y  en favor del global del ente social y de cada uno de sus individuos por separado, en nuestra actual civilización occidental toma un claro tono competitivo que  induce al individuo a utilizar todo tipo de artimañas para alcanzar el objetivo fijado: ser de una manera u otra superior a tu vecino.
Sin duda, aunque pueda parecer chocante, el gran culpable de todo esto lo podemos encontrar en primera instancia en nuestro propio proceso de socialización, que, bajo la excusa de servir como base al desarrollo de nuestro aprendizaje, es claramente un arma de manipulación y control social cuyo fin último es asegurar el  buen funcionamiento de la sociedad, o lo que viene a ser lo mismo, el mantenimiento de los poderes fácticos que gobiernan el estado y  del buen discurrir del ciclo consumista-capitalista. El aprendizaje social de los sujetos de hoy, lejos de ser un reflejo de la espontaneidad histórica en el desarrollo de una cultura, es, más que nunca, un proceso absolutamente controlado por  la mano del poder social establecido,  y plenamente orientado hacia la sumisión y la alienación del individuo a la sociedad del consumo, a las garras del capitalismo.
No se nos educa para ser ciudadanos, se nos educa para ser siervos del sistema. Los estereotipos sociales, las reglas de comportamiento en sociedad, "la buena educación", la moral consumista, los valores estéticos, y todas las demás patrañas heredadas de la enseñanza social,  nos marcan desde la cuna el camino a seguir para, supuestamente, que cada persona pueda ser feliz consigo mismo, aunque todo ello, en la mayoría de casos, en realidad no sea más que un aprendizaje de cómo vincular nuestra felicidad al juicio externo, con la fragilidad que ello conlleva para la verdadera consecución del objetivo fijado.
Como consecuencia de ello, toda acción toma un sentido cuando puede ser mostrada al prójimo, pero carece del mismo cuando solo tiene como objetivo la autorrealización personal. Este tipo de actitudes nos hacen  encontramos ante un mundo masificado de gente de modales distinguidos, pero que ocultan tras su buen hacer y comportamiento un vacío intransigente, dando pie con ello a la falta de compromiso respecto de los demás, algo, desgraciadamente, tan característico de nuestros días. Castoriadis lo llamó "privatización".
La vida, que ciertamente se puede entender, dentro de esta mentalidad competitiva y egoísta, como una partida con victorias y derrotas, tiene un desarrollo al más puro estilo de una vil secuela ficticia de una película desmesuradamente presupuestada. Su director: la falsedad; su guionista: la hipocresía; sus actores: tú, yo, todos juntos. Triste pero cierto. Por más que se nos quiera revestir de derechos y libertades nuestra actual civilización, lo cierto es que nuestra sociedad es, hoy como ayer,  una cárcel para la libertad del individuo. Somos esclavos de nuestras necesidades; siempre lo hemos sido de las biológicas, pero ahora, tal vez por primera vez en la historia, lo somos en mayor grado de las sociales, estando sometidos a multitud de falsas necesidades comerciales, y adormecidos por los efectos opiáceos de la publicidad y sus promesas de éxito social y demás oníricas fantasías.
El progreso científico-tecnológico ha traído mayor abundancia en la producción de bienes primarios, mayor facilidad para el acceso a la satisfacción de los mismos, pero también ha traído tras de sí un sometimiento sin precedentes del hombre a sus posesiones, del sujeto a sus pertenencias. Lo que poseemos ha acabado poseyéndonos, como bien dice Brad Pitt en una secuencia de la película “el club de la lucha”.
No obstante, si  pretendemos tener una visión no simplista de la situación y analizar la raíz del asunto, es evidente que no se puede culpar al individuo de hoy de la actual situación, ni tan siquiera podemos culpar al individuo de ayer, ni al de antes de ayer, pues todo esto no es más que una consecuencia directa de un problema de base, nacido en el mismo día en que triunfó la revolución  ilustrada, dando vida a la sociedad liberal burguesa, y con ello al inicio de la expansión del capitalismo liberal. En el mismo momento en que se vincula al hombre con el fruto de su trabajo y con su capacidad de consumo, se le convierte en una cifra que adorna las estadísticas macroeconómicas, arrebatándole con ello su personalidad soberana dentro del conjunto global de la humanidad, pero eso sí, una cifra a la cual se le debe hablar directamente, de tú a tú, para que cuadren las cuentas.
Para la economía somos una cifra, pero para la publicidad, para los ideólogos del sometimiento del individuo al sistema, somos una persona que ve y oye, que siente y padece, que trabaja y compra. Bajo el pretexto del desarrollo racional y científico, la gran burguesía dominante ha sabido sabiamente asumir su papel de líder político, económico y social, desarrollando todo un complejo sistema de relaciones sociales que garantiza eficazmente la estabilidad de sus status.
En la era de la globalización, las comunicaciones y la diversidad cultural, encontramos más que nunca individuos que se sienten solos, falsedad en la información y rechazo de todo aquello que nos resulte extraño o diferente. En la época de la abundancia, hay más personas hambrientas que nunca antes. 
Aun sumidos en la masa estamos solos frente al mundo, somos el centro de la nada. Hemos perdido el sentimiento de pertenencia a una comunidad propio de las sociedades religiosas, el cual lo hemos  sustituido por la creencia de pertenecer a un mundo globalizado donde cada cual ha de luchar por poner sus intereses a salvo. Vagones de metro llenos hasta la bandera donde nadie habla con nadie, y donde a lo más estamos preocupados por analizar sexualmente al objeto de nuestro deseo (¡qué buena está esa rubia!) o por desconfiar de aquellos cuyo estereotipo nos resulte peligroso (¡cuidado con este de aquí al lado que no me gusta su aspecto y  no vaya a ser que me robe la cartera!). Nuestra única identidad colectiva es aquella que el mercado determina como tal, con sus iconos y marcas, con la valoración y jerarquización social que tales símbolos expresan, la cual respetamos como auténtico dogma de fe.
Tristemente asumimos que somos sujetos sin clase, ciudadanos que no pertenecen a ningún grupo social combativo, sin aspiraciones de cambio, más allá del cambio en los objetos de consumo impuestos por la publicidad al servicio del sistema, al servicio de los intereses de la alta burguesía. Trabaja y consume, compra lo que te digamos, mete tu dinero en nuestros bancos, paga nuestras hipotecas, degusta los productos de nuestras multinacionales, y si te sobra algo, ahorra o, todavía mejor, invierte en nuestra bolsa. Pero, eso sí, nada de sentirte diferente a nosotros, tú y yo estamos en el mismo bando, aunque por el aspecto de tu vecino de enfrente puedas pensar que él no. Palabras éstas que no tienen nombres y apellidos, pero que constantemente se nos dicen desde los labios de los hombres y mujeres que manejan el estado, que controlan el ciclo económico, y en cuyas cuentas bancarias, cada vez más vertiginosas, redundan finalmente los beneficios generados por el sudor de nuestro trabajo.
El gran logro de la alta burguesía ha sido, sin duda, hacer que el sujeto de clase obrera, o el pequeño empresario, o el marginado social, se miren entre sí con recelo, pero a la hora de mirar hacia ellos, lo hagan con admiración y respeto,  la admiración y el respeto que nace de la envidia que les tenemos. Y es que desde críos los hemos visto en las pantallas de nuestros televisores y hemos deseado profundamente poder llegar donde están ellos, y hasta hemos creído que así sería, achacando luego nuestro fracaso a la mala suerte o a la falta de talento. Por eso creemos que nuestro enemigo social es aquel que pretende robarnos la cartera en un metro, que en su desgracia o su falta de talento ha caído aún más bajo que nosotros, o aquel cuya pinta no nos satisface y pretende ennoviarse con nuestra hija, o el compañero de trabajo que recibe un ascenso, o el seguidor de un equipo de fútbol contrario al nuestro, pero nunca ellos. Ellos son lo que nosotros desearíamos ser en lo más profundo de nuestro ser, ellos, por tanto, son nuestros amigos, son como la luz que ilumina nuestro camino, la meta final a la cual aspiramos, aunque cada vez los veamos más lejanos.
A nivel moral, el ansia de libertad y el uso de la razón perseguido por el espíritu ilustrado, ha contribuido paulatinamente a la aparición de sistemas jurídicos comprometidos con el respeto a los derechos humanos y la libertad de acción y expresión. Lamentablemente también es un progreso limitado a una minoría de naciones del mundo, e incluso dentro de aquellos países privilegiados, las más de las veces falseado por las desigualdades sociales y la aparición de actitudes de rechazo mutuo entre los propios miembros de sus sociedades, así como por la represión que el estado ejerce sobre aquellos disidentes que no se pliegan a la “norma social”.
La auténtica realidad es que los intereses políticos y económicos están por encima del respeto a la libertad del individuo e incluso por encima del respeto a la dignidad humana, lo que en cierta medida cohíbe la implantación real y efectiva de tal desarrollo legislativo. Somos libres siempre y cuando no decidamos emplear esta "libertad" para ir contra el sistema establecido y sus mecanismos de control y defensa. Porque, en caso de intentarlo, entonces caerá sobre nosotros todo el peso de los diversos mecanismos de control del sistema, desde los mediáticos, hasta los militares y policiales, pasando evidentemente por los jurídicos. Solo si no te mueves, no sentirás las cadenas.
El sistema capitalista sabe defenderse, de eso no nos quepa la menor duda. Frente a los sistemas totalitarios fascistas que utilizaban la orden (la orden de capturar, encarcelar y asesinar al disidente), el sistema capitalista utiliza el orden. El orden, además, en un doble sentido. Orden en cuanto a la asignación de papeles de cada individuo dentro de la sociedad, y orden en cuanto a los comportamientos asignados por el sistema a cada individuo según su papel dentro del orden social. Evidentemente, el sistema no guarda el mismo papel para un trabajador autoconsiderado de clase media, que para un alto ejecutivo, o para un integrante de una familia de clase obrera tradicional, o para un habitante de los suburbios, prácticamente excluido del entramado social. Aunque las leyes son, supuestamente, iguales para todos, la mentalidad cultural en la que se desarrollan cada uno de estos sujetos no es igual de exigente moralmente para todos ellos; cada cual tendrá su propio sistema de valores heredado en consonancia con el ambiente en que crezca y se desenvuelva. En definitiva, aunque todos formamos parte de una misma sociedad, el sistema se encarga de controlar de manera diferente a cada uno de nosotros según la clase social a la que pertenezcamos, y el potencial riesgo revolucionario que en ella se encierre.
Por volver a la vieja terminología del marxismo, aunque supuestamente existan clases bajas, clases medias, y clases altas, finalmente, hoy como ayer, podemos reducir esta sistematización a la diferencia entre clases privilegiadas (alta burguesía y trabajadores de altos ingresos) y clases explotadas (clases medias y clases bajas, es decir, el proletariado más una gran mayoría de profesionales liberales y pequeños propietarios). Tal vez, una forma simple pero efectiva de poder establecer una división correcta entre unos y otros, sería tomar como referencia la capacidad que tiene cada cual para vivir sin ser un esclavo del sistema, es decir, para vivir sin necesidad de tener que mirar cada mes a la cuenta del banco para poder pagar los gastos propios de la vida del día  a día. Todo aquel que dependa del salario de su trabajo, o de los beneficios de su pequeña empresa para poder hacer frente a los gastos de la vida, es un sujeto explotado por el sistema. Por muy bien que le vayan las cosas, si mañana se queda sin su fuente de ingreso, se queda sin nada, lo pierde todo, por tanto, es un esclavo del sistema, frente a quienes acumulan inmensas cantidades de capital monetario o patrimonial para hacer frente a las posibles malas jugadas del destino.
Que no nos engañen más; el señor Botín y similares no necesitan de sus actividades económicas para hacer frente a los gastos de la vida, por más que sus negocios dejaran de producir, la acumulación de capital que poseen es tal, que podrían vivir perfectamente hasta el final de sus días, y no solo ellos, si no su sucesivas generaciones. Si cada mañana te tienes que levantar para ir al trabajo so  pena de perder todo lo que tienes si no lo haces, entonces, no te quepa duda, eres un esclavo del sistema, tu libertad se limita a hacer lo que debes para mantener tus posesiones (“tus posesione acabarán poseyéndote”) y si no tienes ninguna pertenencia pues, simplemente, para llenar tu barriga a diario.
Pero, irónicamente, quienes más dependen del sistema son los miembros de la alta burguesía. Ellos realmente son los verdaderos esclavos del sistema pues  un sistema económico como el que tenemos en la actualidad permite que existan desigualdades tan abismales entre unos miembros y otros, pero no con todos los posibles sistemas sería así, y, por tanto, son esclavos del capitalismo en tanto y cuanto una posible revolución que les dejara sin sus propiedades, les dejaría sin nada.
De esta manera ya tenemos una primera conclusión evidente: La alta burguesía es antirrevolucionaria, ya que cualquier cambio en el sistema económico podría acabar con sus privilegios. Es decir, de todos los miembros de la sociedad, es la alta burguesía la única clase social no interesada en cambio alguno del sistema económico, ya que sus privilegios sociales y económicos dependen del mantenimiento de éste. Aunque, cabe matizar, el problema no es que una persona dependa del fruto de su trabajo para subsistir, que esto, al fin y al cabo, es algo inherente a la condición humana y propio de cualquier  sociedad que se precie, el problema es que, con este sistema, la esclavitud a la que esta personas están sometidos, redunda no en su propio beneficio, no en el beneficio global de la sociedad, sino, fundamentalmente, en el beneficio de unos pocos privilegiados que acumulan inmensas cantidades de capital monetario y patrimonial, a consecuencia de la explotación que es inherente a esta esclavitud del sujeto respecto de su trabajo. Es decir, mientras que la mayoría de nosotros necesitamos de nuestro trabajo para subsistir, gracias al beneficio ocasionado por nuestro trabajo y nuestro consumo existen personas que no se encuentran en esta misma situación, sino que viven “como reyes”, y que tienen absolutamente garantizada su subsistencia y la de sus próximas generaciones aun cuando sus ingresos dejaran de producirse, salvo, como he dicho antes, que se produzca una revolución que traiga consigo un cambio en el sistema económico que acabe con sus privilegios y les arrebate lo que en esencia pertenece al fruto del trabajo de las clases explotadas, esto es, su capital acumulado.
Por ello, una revolución debería, de mínimo, equiparar la situación de todos los miembros de la sociedad bajo estos criterios de reparto de la riqueza, es decir, o todos podemos vivir sin necesidad de depender del fruto de nuestro trabajo para llegar a fin de mes y garantizar nuestra subsistencia, lo cual es imposible, o todos debemos vivir siendo esclavos de nuestro trabajo, salvo aquellos que, por los motivos justificados que fueran, no pudieran tener acceso a un trabajo con el que ganarse la vida. Como digo, la primera situación es absolutamente impensable, ya que el trabajo es necesario para la producción de riqueza, y no existen recursos suficientes, no al menos a día de hoy con el desarrollo técnico de los medios de producción existentes, como para lograr que toda la humanidad pueda acumular suficiente capital como para no depender de su trabajo para vivir. Por tanto, siendo realistas, la única revolución posible pasa por instaurar un sistema económico donde todas y cada una de las personas dependan del fruto de su trabajo para vivir, cada cual en su ámbito según sus propias actitudes y capacidades, pero finalmente todos iguales en el sentido de pertenecer a una misma clase social: la clase trabajadora. Un sistema basado en aquello de "de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades". ¿Hace falta dar más pistas?
Es evidente que el mundo actual esta al borde del abismo, que el sistema capitalista cada vez trae peores consecuencias a la existencia humana y al mundo en general. Sería injusto acusar solamente a la acción del imperialismo norteamericano de tal situación, aunque evidentemente sean los mayores responsables. Pero, por encima de un estado u otro, de un imperio u otro, el gran problema del mundo, ahora más que nunca, es el propio sistema capitalista. El capitalismo es un mega monstruo que ha tomado vida propia, verdaderamente difícil de parar. No existe hombre en el mundo con el poder suficiente como para tomar las riendas del monstruo. El capitalismo galopa y galopa desbocado hacia su propia destrucción o la destrucción-toquemos madera- de la humanidad en su conjunto. Las guerras imperialistas - que ahora parecen que se han vuelto a poner de moda-, la pobreza cada vez más extrema, las crecientes desigualdades entre los países pobres y los países ricos, las desigualdades sociales dentro de los propios países supuestamente desarrollados, el uso mercantilista de bienes y servicios tan básicos como la sanidad, los productos farmacéuticos, la educación o la alimentación, no pueden conducir a la humanidad a nada bueno. 
Solo una verdadera revolución puede salvarnos de las muchas tragedias que están por venir de la mano del monstruo capitalista.
Socialismo o Barbarie.
Fuente: kaos en la red

top 20 de comida transgenica cancerigena que debemos evitar- alimentos frankenstein




Las comidas genéticamente modificadas e ingredientes alimenticios se han infiltrado en nuestra alimentación diaria, ensuciando lo que alguna vez era sano. Mientras las agro empresas continúan vociferando que “son seguras”, muchas investigaciones demuestran que la comida genéticamente modificada es perjudicial para la salud, daña ecosistemas, causa calamidades financieras a muchos granjeros y emite genes transgénicos que pueden transmitirse aleatoriamente a cualquier forma de vida en el medio ambiente con consecuencias potencialmente desastrosas. Un numeroso equipo de investigación relaciona el consumo de la comida genéticamente modificada a la esterilidad, alergias, mortalidad infantil, deformación de órganos, enfermedades infantiles y cáncer.

Evita este top 20 de comidas e ingredientes de comidas para que tu cuerpo esté libre de modificaciones genéticas:
Alfalfa: ¿No tenés el hábito de comer alfalfa? Podrías estar comiendo sin saber este alimento en carne de vaca y productos diarios. Usada en tambos y granjas de pastoreo para alimentar a las vacas, la alfalfa genéticamente modificada es común en ambos productos.
Aspartamo: El aspartamo no es solamente una neurotoxina ya establecida (toxina del cerebro y del sistema nervioso). Este “ingrediente” derivado de laboratorio está compuesto por aspartato, fenilalanina y mentol, los cuales provienen de sustancias genéticamente modificadas.
Carne de vaca: La mayoría de la carne no contiene solamente alfalfa genéticamente modificada. También contiene maíz y soja genéticamente modificados, convirtiéndose en parte de la carne. Si consumís carne de vaca, elegí solamente carne de vaca orgánica que haya sido alimentada con pasto.
Aceite de canola: 90% de la canola esta genéticamente modificada para resistir al herbicida de glifosato (Round Up).
Maíz y almidón de maíz: Casi todo el maíz esta genéticamente modificado, convirtiendo esta comida alguna vez sana en un causa te de daño en órganos. Así como el maíz, el extracto de almidón de este alimento genéticamente modificado se encuentra en casi todos los procesos y empaquetados de comida. Si te gustan los alimentos estropeados y freídos en bastante aceite de casi cualquier tipo, vas a tener muchos de estos ingredientes y mucho maíz genéticamente modificado. El almidón de maíz es usado comúnmente para hacer comidas crujientes freídas en aceite.
Enzimas: Desafortunadamente, muchas enzimas utilizadas en la producción de comida se derivan de ingredientes genéticamente modificados. Algunos de estos productos incluyen: prevenir de deterioro de productos de huevo, remover las sustancias amargas de la cerveza, mejorar la claridad de los jugos frutales, cuajar la leche para hacer queso, incrementar el aumento para la elevar la masa del pan, etc. Las enzimas genéticamente modificadas también son empleadas para la fabricación de muchos suplementos (para más información sobre enzimas genéticamente modificadas, consulta nuestro libro Ruleta Genética).
Semillas de lino/Aceite de semillas de lino: Hasta el lino fue contaminado por la semilla genéticamente modificada. Asegurate de elegir lino y aceite de lino con certificación orgánica.
Jarabe de maíz de alta fructosa: Como está hecho con maíz en su mayoría alta y genéticamente modificado, este ingrediente es un problema serio para la salud. Las investigaciones lo relacionan con el sobrepeso y la diabetes.
Helado: Contiene múltiples ingredientes modificados genéticamente, incluyendo el jarabe de maíz de alta fructosa, almidón de maíz y leche que contiene leche que contiene hormona de crecimiento bovina (HCB). Si pensás que esto no suena mal, continua leyendo más sobre la HCB en los productos lácteos.
Fórmula para bebes: ¿Las corporaciones detrás de las comidas “frankenstianas” no tienen ética en lo absoluto? Aun las fórmulas para bebes están contaminadas con ingredientes “frankenstianos” como la soja y la leche. Si, la leche normalmente tiene ingredientes genéticamente modificados (¡seguí leyendo!).
Margarina y materia grasa: Hecha de canola genéticamente modificada o mezclas de aceite vegetal, la margarina y la materia grasa vegetal no son alimentos sanos para la gente que cree en ellos.
Leche: Las hormonas de crecimiento bovina genéticamente modificadas nos inyectadas en las vacas para incrementar el volumen de leche. De paso, este proceso también incrementa la velocidad de infección en las vacas y la contamina con sangre y pus, a través de proteínas genéticamente modificadas. Tal vez las juntas de marketing de productos lácteos cambiarían sus slogans de “¿Querés leche?” a “¿Querés crecer?”.
Vitaminas sintéticas y no orgánicas: Anteriormente leíste sobre los suplementos de enzimas, pero otros suplementos nutritivos están normalmente hechos de ingredientes genéticamente modificados. Elegí aquellos que estén compuestos por nutrientes naturales e ingredientes orgánicos.
Papaya (Hawaiana): Las papayas hawaianas están modificada genéticamente en gran parte. Contienen material genético del virus de la mancha anular.
Salsa: La mayoría de las salsas contienen ingredientes derivados del maíz genéticamente modificado, incluyendo jarabe de maíz o solidos de jarabe de maíz. Elegí solamente salsa orgánica libre de estos ingredientes y conservantes.
Soja y Lecitina: La mayoría de los cultivos de sojas crecen de la soja genéticamente modificada, la cual se la relaciona con la mayoría de problemas de salud, incluyendo el cáncer. La lecitina, producto derivado de la soja, está contaminada con genes transgénicos perjudiciales, usada en muchos procesos y empaquetamientos tanto alimenticios como comprimidos. Elegí soja certificada orgánicamente. Lo ideal sería el miso, que es la soja fermentada orgánicamente.
Calabacín: Muchas variedades de calabazas fueron creadas genéticamente en serie y lo mejor es evitarlas a menos que estén certificadas orgánicamente.
Remolacha dulce: Son usadas para hacer el 35% de los suministros de azúcar blanca. Tengan en cuenta que la persona promedio consume 150 calorías de azúcar al año. Eso equivale a más de 23 kilogramos de azúcar genéticamente modificada. No es solo un montón de azúcar, sino que también son muchos organismos modificados genéticamente y potencialmente un montón de glifosato (Round up), el cual es usado en muchas plantaciones de remolacha dulce.
Tomates: Desde la publicación de los tomates saborizados, los primeros tomates genéticamente modificados, muchos más “frankenstomates” fueron descubiertos en un público desprevenido. Este tipo de tomates contienen una serie de ADN que ha sido invertido para evitar el ablandamiento y permitir una mayor duración, y por lo tanto más dinero para las agro empresas que los venden. Las investigaciones muestran que tienen un valor nutricional más bajo que sus contrapartes orgánicas.
Aceite vegetal: La mayoría de las mezclas de aceite vegetal son derivadas del maíz, algodón, canola o habas de soja genéticamente modificadas. Estos cuatro tipos de cultivos son los que están más genéticamente modificados. Elaborando comidas con aceite vegetal se obtienen las peores comidas “frankenstianas”
Leandro Gabriel Villalba
BWN Argentina
Fuente: la hora de despertar

los zombies como metafora de la humanidad en el siglo XXl: muertos vivientes y esclavos de la moda


Zombies consumismo

Como todos sabemos, al menos desde hace algunos años, los zombies están de moda alrededor del mundo. Películas, juegos de video, muñecos, etc. Los muertos vivientes andan por todos lados. Desde luego, no hablamos del fenómeno vudú desarrollado a lo largo del siglo XVII por los esclavos negros llevados a las Antillas desde Dahomey (en el África occidental), y cuyos descendientes actuales siguen practicando diversas tradiciones rituales de lo que comúnmente se ha dado en llamar como “santería” y que han hecho famoso a Haití, como el país origen de la creencia en los zombies.

No, no hablamos de este tipo de zombie, sino de una especie terrorífica, creada por Hollywood, cuyo éxito en el imaginario social contemporáneo es digno de tomarse en cuenta. ¿Cuál es la causa de esta “fiebre zombie” que hoy en día nos azota?, ¿por qué los zombies están de moda?

Es curioso que hablemos de moda zombie. El sentido primario, desarrollado en las Antillas, era el de un sujeto cuya voluntad está a merced de un hechicero, un brujo, que le esclaviza sin que la víctima pueda hacer nada contra ese letargo. La magia vudú permitía este control de un cuerpo a distancia. En realidad, el hombre que no se pertenece a sí mismo, y cuya voluntad está a merced de otro, ha sido por antonomasia la definición del esclavo: nos dice Aristóteles, desde el siglo IV a.C.: “esclavo es quien no se pertenece a sí mismo”. Bien podríamos entender al zombie antillano bajo esta categoría, que por cierto, me parece fecunda. Ya volveremos sobre ello.

Pensemos en el zombie actual, que todos conocemos: el zombie creado por la gran industria cinematográfica presenta notables características. Su descripción “etnográfica” no parece ofrecer mayores dificultades: además de ser un muerto viviente, es decir, un cadáver capaz de moverse, caminar e incluso correr (trastocando el orden cósmico prevaleciente entre cualquier sociedad interesada en dejar bien claras las fronteras entre vivos y muertos), el zombie hollywoodense condensa las características más atroces imaginables para la moral de Occidente: es caníbal, tiene un apetito feroz por la carne humana viva, mas el contacto con su saliva es mortal pues sus víctimas son infectadas con el mismo mal, de manera que se convierten en zombies también. Se trata de cadáveres al acecho de la vida.

Zombies consumismo

Para colmo, no operan en función de ningún principio racional individual: no tienen conciencia alguna, son autómatas en constante búsqueda de seres humanos para devorar. No se puede negociar con ellos: no hablan ni parecen tener voluntad propia, no forman entidades políticas ni sociales reconocibles, son simplemente masa de cuerpos indiferenciados, corruptos y corruptores, sin mayor propósito que matar a los seres humanos “normales”, y tornarlos como ellos. Quizá lo que resulte aún más espeluznante es que este zombie, al carecer de conciencia, tampoco posee voluntad individual; se trata de un ente reducido a un mero cuerpo pútrido que obedece a una voluntad de masa, una multitud devoradora e incontenible que se mueve con la misma lógica de un ejército de hormigas: no hay individuos, solo masa.

Peor aún, puesto que estos seres ya están muertos, tampoco se les puede matar definitivamente, como suele suceder en casos análogos con enemigos mortales potencialmente exterminables (árabes terroristas, rebeldes vietnamitas, etc.). Desde el punto de vista bélico-hollywoodense, ¿puede haber algo peor que un enemigo que ya está muerto?

Por cierto que el zombie reúne así antiguos terrores medievales con los viejos miedos del liberalismo burgués decimonónico, un miedo a los otros que se edificó a finales del siglo XVIII con respecto a numerosos pueblos indígenas cuyo género de vida resultaba (y resulta ahora) tan chocante para el liberalismo burgués: el miedo a las colectividades “sin ley, lenguaje ni Estado” (todos sabemos que no existe un Estado Zombie, no tienen gobierno ni lenguaje, tal como se decía de los pueblos indios americanos); también se advierte el miedo a los grupos humanos donde el factor individual no es el más pertinente (y en el que volvemos a reconocer un asomo de la otredad indígena).

Por otro lado, el zombie también condensa miedos más modernos: el miedo al contacto “infeccioso” con aquellos pueblos exóticos que mejor sería mantener al interior de un cerco sanitario, a fin de impedir que su género de vida, costumbres e ideas “contamine” a los propios (y en el que podemos reconocer fácilmente el dispositivo-cerco sanitario aplicado a los barrios obreros del siglo XIX, o bien al barrio judío hecho por los nazis, y las tentativas para “contener” zonas urbanas “rojas” llenas de prostitutas y homosexuales). En una palabra, el zombie es un peligro antropomorfo (igual que un extraterrestre malvado) con el que no se puede tratar humanamente: es el otro desprovisto de cualquier calidad humana (o debiéramos decir, cualquier cualidad burguesa).

Al final, la amenaza zombie da la pauta a las futuras interacciones: tal como sucedía con los “indios salvajes” del pasado, no hay otra manera de tratar con los zombies que destrozándolos. Después de todo, indios salvajes y zombies se reproducen sin control. De esta manera el otro (sea el indígena amazónico, el aborigen australiano, el negro africano, y todo aquel cúmulo de pueblos tradicionales explotados por el capital), devienen un peligro mortal para la supervivencia del burgués bien educado. ¡Oh qué tiempos aquellos en que el poder colonial podía aniquilar aldeas irrespetuosas! A esa añoranza, es que responde la emergencia del zombie contemporáneo. El zombie de nuestros días ofrece a la actual moral de Occidente la oportunidad de aniquilar multitudes sin remordimientos.

Ahora bien, lo más aterrador del caso zombie, es que parece presentarnos un cruel espejo de nuestra propia sociedad capitalista. Veamos: es el zombie, el autómata irreflexivo, aquel que no se pertenece a sí mismo, el más claro correlato de un moderno esclavo: el Amo convertido en esclavo de los objetos que construye, tal cual lo enunció la filosofía hegeliana. El zombie autómata de nuestros días, tiene mucho que enseñarnos sobre el peor de nuestros miedos: el miedo a que sea real en nuestras vidas. Se trata nada menos que del hombre enajenado descrito por Marx, aquel cuya autopercepción, su auto-reconocimiento y auto-conciencia, están atravesados, instrumentados y controlados por un otro, en este caso, el capital.

Hace siglo y medio Marx señalaba el hechizo místico del capital, que despojaba a los hombres de la capacidad de reconocerse como sujetos, forjadores y creadores de su propia realidad: las cosas, las mercancías y las capacidades tecnológicas, parecían asumir (para una humanidad enajenada, despojada de sí misma), el papel activo de la historia. Vemos así al sujeto kantiano, el Amo hegeliano sin duda, convertido ahora en objeto de sus creaciones: el fetiche, el objeto, la mercancía, el dinero: el Capital convertido en Dueño y Señor de los seres humanos, de la Tierra y de la vida toda. Hoy en día, asistimos como autómatas, como testigos pasivos, zombies, ante los despliegues más brutales del capital y su fetichismo tecnológico, cuya única divisa es su propio avance, su crecimiento, aunque sea sin seres humanos y sin vida. Pues como cualquier zombie, la voracidad capitalista devora irreflexivamente la vida.

Una sociedad que ya no compra para vivir, sino que vive para comprar, que vive para trabajar, que vive para el capital, es una sociedad que no se pertenece a sí misma: está enajenada. La impotencia de nuestras sociedades es análoga a la de una tuerca, que mira impotente el camino al precipicio y el derrumbe de la locomotora a la que está unida. Pero esta es sólo la actitud de un sujeto que cree ser objeto y asume los intereses del capital como propios. Una sociedad zombie.

Zombies consumismo

El problema es que la “infección” de este género de existencia, está profundamente arraigada: desde la publicidad y la mercadotecnia, hasta la elaboración de “perfiles” en Facebook, tienen esta notable facultad de empatar los intereses del Yo con los intereses del capital: compro, me vendo, luego existo. El principal vehículo mediante el cual el capitalismo inoculó esta no-conciencia zombie, fue precisamente el placer y la autosatisfacción del individuo, un individuo voraz, sediento de satisfactores inmediatos: paradójicamente, mientras más se exalta la individualidad y preponderancia del Yo, más se le controla, pues es la industria capitalista la que más ha invertido en ofrecer los medios y términos con que el Yo debe ser “adecuadamente” exaltado. Vemos aquí al sujeto convertido en esclavo de los objetos que produce y consume, sujeto a la dinámica e inercia de su industria.

Es así que el ritmo vertiginoso de la civilización contemporánea, aniquila la voluntad de millones de personas, obligadas a mantener la maquinaria capitalista funcionando aunque en ello se juegue la vida del planeta. Una multitud autómata que depreda sin conciencia ni control, es precisamente la característica de las sociedades de masas, la multitud enajenada que consume alegremente la droga que le asesina. Comprar, producir, consumir, opinar y mimetizarse con la masa, serán las exigencias de esta voluntad ajena que impone su ritmo voraz. No falta un despistado que olvide llevar el último modelo del teléfono de moda, para que una multitud “lo devore” y le obligue a mimetizarse con ella, poniéndolo a la moda que el capital desea. En este sentido, no habría nada más zombie que la moda. Y peor aún, nada más zombie que la moda zombie.

[la haine]
Fuente: C.1040

viernes, 1 de noviembre de 2013

la llamada de la muerte

craneos


imagenes

Aprovechando la noche de Halloween, os quiero contar una historia de "miedo" que me transmitió una vieja amiga y que se trata de algo real que sucedió hace muchos años.
Todo comienza cuando un teléfono móvil suena a las tres de la mañana...
Esperamos que este corto y real relato os guste

San La Muerte
http://www.youtube.com/watch?v=IXRFUKfrrLk

Fuente: mundo desconocido