Miramos furtivamente al cielo y consideramos normal que un avión que lo atraviesa deje tras de sí surcos que
se extienden de un lado al otro del horizonte. Se hacen más grandes continuamente hasta entremezclarse con otros de modo que llegan a formar una nube que cubre el cielo durante horas. No nos preguntamos si estos rastros son la causa o una de las causas de los nuevos síntomas o de las nuevas enfermedades que sufrimos.
Recrudecimiento del asma, vías respiratorias afectadas, pulmones destrozados, extraños dolores de garganta, anginas que desaparecen tan repentinamente como aparecen, gripes que no lo son realmente, enfermedades oculares, de la piel y de los órganos internos... La lista es larga y cada una de estas alteraciones puede degenerar y conducir a la muerte. Y el abuso de vacunas y de antibióticos no hace más que disminuir irremediablemente la capacidad del sistema inmunológico para responder ante los ataques súbitos.
Los análisis de los chemtrails son realmente inquietantes. Aerosoles que contienen partículas metálicas en la atmósfera, partículas formadas por aluminio, bario, magnesio, titanio y calcio.
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