Esta tendencia ciega a la conformidad con el grupo, actuando por encima de la propia capacidad de raciocinio individual, es la fuente principal de la que emanan las
desgracias de la humanidad.
Mediante este mecanismo perverso se puede explicar el por qué de la pervivencia de todas esas creencias religiosas, supersticiones, mitos absurdos, fanatismos,
tradiciones salvajes e ideologías sin sentido que tanto daño nos han hecho a lo largo de la historia.
Solo es necesario que en un punto del tiempo alguien plante la semilla de un mito, por disparatado que sea y si esa idea es capaz de arraigar en un número suficiente
de personas, mediante las mecánicas de conformidad con el grupo, esa creencia será capaz de perdurar en la mente de los individuos durante siglos, transmitiéndose
generación tras generación, como si fuera un ser con vida propia que trata de perpetuarse.
La mayoría de conceptos que configuran nuestro paquete de creencias está fundamentado en mentiras que han terminado por ser consideradas verdades intocables por simple
presión grupal.
No es necesario especificar ejemplos concretos, porque estamos rodeados de ellos.
Todo el mundo es capaz de hallar por sí mismo un cúmulo de tonterías en las que creemos todos, simplemente porque la sociedad, el grupo, la mayoría, la masa, nos dice
que debemos hacerlo, aunque nuestra propia razón nos dicte todo lo contrario.
Es algo que debería avergonzarnos como especie e incluso como seres vivos, porque no tiene ninguna base lógica y es incluso ridículo.
Y no, no tiene nada que ver con nuestra evolución cultural como especie, ni es el pilar fundamental en el que se sustenta la civilización humana.
Esto no tiene nada de natural.
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