Como decíamos en la primera parte de este artículo, la mejor forma de abortar una revolución no es impedirla, sino canalizarla adecuadamente.
Tratar de acallar el creciente descontento de la población mediante la represión es como tapar una olla a presión sin dejar abierta una válvula de escape. Tarde o temprano acabará estallando con consecuencias imprevisibles.
Y es absurdo tratar de contener tanta energía si puedes aprovecharla en beneficio propio…
Los tiempos han cambiado. Atrás quedan las épocas de la represión violenta y explícita de la disensión, propia de los antiguos dictadores, cuyos mecanismos de control se basaban en el ejercicio de la fuerza bruta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario