MADRID // Un teletipo de la agencia CIFRA de 1973 narraba el drama de un pequeño pueblo cántabro llamado Vargas. Cada año desde 1920 se venía realizando en la pequeña localidad cercana a Santander, con motivo de las fiestas de San Sebastián, una comida popular llamada “La Perola”. Ese año tuvo que suspenderse por haber déficit de pobres. En vista de ese problema, en otros años se habían importado viejos del asilo de Santander y niños del centro de “subnormales”, pero acababan con problemas digestivos. Parece ser que la falta de costumbre en el rumiar les pasaba factura. Lamentablemente para los habitantes de Vargas no había pobres a los que ofrecer su caridad.
Gracias a la crisis económica y a las medidas para acabar con ella, el problema de Vargas ya no lo tenemos. Si algo abunda hoy en España para satisfacer las necesidades caritativas de los bien cebados son pobres. No se puede permitir que señoras de buena familia se queden sin organizar su Rastrillo Nuevo Futuro cada año, considerando además que cuando los pobres son más visibles en la sociedad, la satisfacción caritativa aumenta de forma exponencial, es más mediática, caridad de masas. Nadie hace caso al rastrillo cuando los pobres no se ven a simple vista y hay que buscarlos, en época de bonanza económica la caridad no tiene sustancia para las almas caritativas. En el Madrid de rancio abolengo, el de las jardineras con arbolitos en los pasos de cebra, en el que hay luz de nochey la basura no es parte del mobiliario, no hay pobres. Y para esto de la caridad la invisibilidad de los pobres es algo intolerable, por ello, no es cosa baladí recuperar la idea de un museo de pobres en Madrid, que no se entiende por qué pedía con sorna el Tampas en los años 70. Es un asunto muy serio.
“¿Un museo de pobres en Madrid, y para qué? ¡Pues para qué va a ser, para verlos, charlar con ellos y tocarlos un poco y comprobar que se tratan de pobres y no de otra cosa! Sí, sí, la capital de España ha crecido de modo tan vertiginoso en los últimos años, que ver un pobre en la Gran Vía, en el Parque de las Avenidas e incluso en la Cuesta de las Perdices, resulta dificilísimo. Los pobres están del extrarradio para afuera. Vamos, los pobres como dios manda, los pobres pobres, porque lo que se encuentra uno en el corazón de Madrid, todo lo más, son seres que siempre tienen que echarse a la boca”
La alcaldesa de Madrid, de densa estola y verbo fluido, ha querido recuperar esa norma navideña tan tradicionalista que es la de enseñar a los pobres mientras hacen eso de comer. Que eso del comer gusta a todas las clases sociales. La alcaldesa, como es una mujer de buenas costumbres, gusta de enseñar a los pobres en fechas tan señaladas. Que un pobre, como el visón, debe guardarse en el armario para que no pierda lustre al enseñarse. La alcaldesa es consciente de lo molestos que son los mendigos y los pobres a la hora de limpiar las calles, un engorro eso de tener que apartarlos a la hora de pasar el cepillo, el de limpiar, no el de la iglesia. Sin tener en cuenta esa extraña costumbre de los pobres de querer comer cada día, cuando no sacamos el muestrario de indigentes por televisión mientras les pasamos la mano por el lomo. Piden en la puerta de los supermercados, así que lo prohibimos, y todos a los albergues para que los políticos puedan ejercer su acto caritativo anual.
Porque es cierto que para el día a día los pobres son incómodos, ensucian, huelen mal, y dan mala imagen para el turismo de la ciudad. Pero eso no quita que para Navidad y santorales varios son bastante apañados.
Cualquier político que se precie de serlo y que con sus medidas haya dejado en la calle y sin posibilidad de ganarse la vida a multitud de ciudadanos debe fotografiarse con un pobre, una fotografía con un pobre ayuda mucho en las elecciones y alimenta el espíritu, es el ir a confesarse de los políticos católicos, de los que buscan bula electoral en vez de papal. La moral católica permite, sin remordimiento alguno, usar la vivienda social para vendérsela a los fondos buitre, derribar unas casas en El Gallinero y dejar a 22 niños en la calle, y el mismo día sentarte en el albergue del Pinar de San José con unos cuántos indigentes, haciendo que te preocupan los pobres que allí moran. Eso sí, con unas cuantas cámaras que recojan ese entrañable momento.
Los políticos y dirigentes que se fotografían en los albergues o repartiendo desayunos son los mismos que realizan políticas que llevan a esas personas a su situación. Sería más efectivo preocuparse en que no tengan que verse abocados a dormir en un albergue o coger un chocolate caliente en la cola de un comedor social. Pero menos efectista. Un diálogo navideño en la revista Hermano Lobo, en los últimos años del franquismo, define las razones por las que no es tan malo que existan pobres.
Pobre.- Buenas. Yo venía a ver al señor político.
Empleada del hogar.-Imposible. El señor me tiene dicho que para casos como el suyo les dé las señas de Cáritas.
Político.-¡Pero Benita!, ¿cómo estás impidiendo la entrada a este señor, no ves que se trata del pobre que nos ha correspondido para sentar a la mesa? Pase, pase, acaba usted de tomar posesión de su casa.
Pobre.- Muy agradecido
Político.-No hay de qué. Sentar un pobre a nuestra mesa en estas fechas cada año, es un deber y una muestra palpable de la unidad entre los hombres y las tierras.
Pobre.- Es bonito, incluso se podría ampliar a algún día más.
Político.-Bueno, para eso se requeriría un proyecto de Ley, y ya sabe usted que esas cosas van muy lentas. Ahora, si se siente usted en un aprieto, le puedo dar una tarjeta para Cáritas.
Pobre.-No se moleste, lo mío es un aprieto crónico.
Sí, el problema del pobre que recibe la visita del político es crónico, no se arregla con caridad, ni con comer un día caliente. Son los mismos que van a hacerse fotos con ellos para conseguir rédito electoral los que deben solucionar su situación, y crear las condiciones necesarias para que más ciudadanos no se vean carcomidos por la miseria.
La caridad se está convirtiendo en el único derecho que les queda a los más desfavorecidos. Eduardo Galeano explicaba que la caridad es un acto que humilla al que la recibe porque se realiza de arriba a abajo y no busca cambiar las cosas. Es un acto egoista que solo busca satisfacer las necesidades del que realiza el acto caritativo. Incluso a la hora de ayudar a los que tienen más dificultades el modo de hacerlo evidencia si quieres satisfacer tus propios deseos o paliar las necesidades del ciudadano al que ayudas. No es lo mismo dar de comer en un comedor social que dar un vale para que cada uno compre sus alimentos. Cuando alguien acude a un acto caritativo a fotografiarse con los pobres no se plantea si estos tienen dignidad o intimidad. Se asume que estar en la indigencia es ceder todos tus derechos como ser humano al mejor postor, que darle un vaso de café caliente te convierte en beneficiario de esa puja y te otorga el derecho de usar su imagen en beneficio propio.
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Fuente: la marea
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