La realidad que percibimos a nuestro alrededor parece definida y sólida, gobernada por leyes fijas. Utilizamos nuestros sentidos para determinar qué sucede, usamos esa información para reaccionar y realizar nuestras acciones y tareas diarias. Es nuestra forma de desenvolvernos en esta realidad que creemos única. Siempre siendo aleccionados para que creamos que el mundo existe independientemente de nosotros.
Desde niños nos meten en la cabeza que el mundo está fuera de nosotros y que vivimos en él como jugadores pasivos en esencia, sin poder o capacidad alguna para cambiar la naturaleza de nuestras experiencias, dependientes de acontecimientos que aparentemente escapan a nuestro control como son la “suerte” o la “casualidad” que determinarán cómo será la vida que vivimos: una vida satisfactoria o una vida trágica. Si morimos, el mundo exterior, esa realidad inamovible y determinada por factores ajenos a nosotros, no va a notarlo. Igualmente que nada hizo diferente al mundo cuando naciste. Así vamos malviviendo hasta que llega nuestra muerte. Se nos ha mostrado que la vida es algo totalmente ajeno a nosotros. Somos víctimas de todo.
Quitándonos este poder desde nuestro nacimiento, toleramos y aguantamos que otros nos impongan las leyes, controlen nuestra economía, nuestra mente y, desgraciadamente, nuestra fantasía. Apenas nadie en este sistema tiene fantasías liberadoras. Las únicas fantasías que existen es la creencia en que nos toque un boleto de lotería que nos libere de las cadenas a las que todos estamos sujetos. La libertad financiera es la verdadera libertad, nos dicen.
La mayoría cree que la vida es simplemente algo casual, accidental y anecdótico. Pero si estudiamos la naturaleza de la materia, las cosas empiezan a cambiar.
Numerosas tradiciones espirituales y filosóficas nos dicen que la realidad o mundo exterior es simplemente un sueño, una proyección holográfica que no es más que la sombra de una realidad inmensamente más grande que se encuentra más allá de ella.
Lo que creemos que es sólido y permanente no es ni por asomo lo que nos han dicho. Si expandiésemos un átomo hasta que alcanzase el tamaño de una catedral, la cantidad de materia supuestamente sólida que cabría en ella sería del tamaño de una moneda. Resulta que eso que llamamos materia es un espacio casi completamente vacío, muy alejado del modelo de universo newtoniano que propugnaba un universo determinado y mecanicista en el que no existen fenómenos que sean inexplicables, mágicos, misteriosos, inciertos o milagrosos pues todo, absolutamente todo, ha de reducirse a una ecuación matemática que lo abarque totalmente.
Pero la Teoría Cuántica ha demostrado que vivimos en una especie de Matriz (más conocida por su nombre en inglés debido a la afamada película Matrix) que contiene una energía que cambia y evoluciona constantemente, que aparece y desaparece de nuestra existencia con una actividad frenética. No existen cosas como partículas o átomos sino probables nubes de información en las que no existen certezas absolutas sino puras probalidades: la Dualidad onda/partícula, el Experimento de la doble rendija, el Principio de Incertidumbre de Heisenberg, La Paradoja de Shrödinger… la lista de experimentos donde los resultados han sido paradójicos es tan enorme que todo indica que la realidad es una espacio vacío, infinitamente lleno de información y que somos nosotros los que decidimos, a cada momento cómo moldear esta información, lo que nos convierte en los absolutos arquitectos de nuestra realidad.
Cuanto más ahondamos, más misterios encontramos y sobre todo nos quedamos más perplejos ante una realidad tan compleja y excitante que nos demuestra que la verdadera ciencia es aquella que habrá de contemplar y estudiar el universo como un todo, no solo como una compleja red de infinita inteligencia. Una ciencia que habrá de entender que para tener una visión más completa de aquello que llamamos realidad o universo observable es imposible de comprender sin aquello que llamamos emoción. Son tantos los testimonios de personas que tuvieron una experiencia espiritual y que informan de un ser de luz que era puro amor y comprensión que obviar esto sería un grave error pues seguirá limitando a la humanidad de por vida.
Quizá lo más intrigante es el llamado Efecto Observador, que demuestra que la realidad es receptiva y que se amolda a nuestras expectativas, mostrando ser una red interactiva más viva y poderosa de lo que jamás habríamos soñado. Nuestro papel deja de ser pasivo para pasar a ser creadores activos, ingresando plenamente en un Universo Consciente a través de nuestras creencias, que son los filtros que determinan cómo será nuestra realidad y, en definitiva, nuestra vida.
Vivimos en un mundo en el que el hecho de que se nos haya privado de este conocimiento nos sugiere la posibilidad de que existe un plan bien orquestado para que el ser humano sea un mero instrumento de aquellos que nos gobiernan y que sí conocen cómo funciona realmente el universo. Aquellos que, bajo ningún concepto desean que despertemos a esa maravillosa e infinita realidad limitándonos con parámetros obsoletos, deterministas y sobre todo perturbadores. Quizá el nuevo paradigma pase por despertar, de forma individual, a esta nueva visión del universo. Somos nosotros los que podemos cambiar nuestra realidad, no ellos.
Decía el escritor y político André Malraux: “El siglo XXI será espiritual o no será”.
Fuente: mundo desconocido
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