lunes, 6 de enero de 2014

vivir y morir dentro de una tuberia

Ana Cuevas

Dos días antes de final de año, los bomberos zaragozanos recibieron una llamada para recoger a una persona que yacía dentro de una tubería. Se llamaba Luis, tenía 67 años y estaba muerto. No era víctima de ninguna clase de violencia, al menos de manera directa. Al parecer, su vida se había extinguido a causa de las distinta patologías que arrastraba y las bajas temperaturas de un invierno especialmente crudo. 
Junto al lugar donde apareció el cuerpo, un pantalón lavado y tendido ondeaba para llamar la atención sobre ese último vestigio de dignidad del transeúnte. En el submundo que habitaba, mantener la ropa limpia no es sencillo. Ni siquiera es necesario. Que lo hiciera significa que, de alguna manera, se aferraba a la posibilidad de poder abandonarlo. Resucitar de entre los muertos.Pero allí no estaba solo. Al menos seis personas más se cobijan todavía en el entramado de esas tuberías. Seis almas errantes que, igual que Luis, vagan por el infierno de la miseria y la exclusión. 

Quizás no sean cadáveres reales, todavía se mueven, sufren y respiran. Sin embargo están muertos para un sistema que prefiere salvar a los bancos que a las vidas humanas sesgadas por su codicia. Son parias entre los parias. El eslabón más débil de una cadena de injusticias. Una legión de invisibles que no sale en los presupuestos, ni en los índices del paro pero que crece exponencialmente gracias a las políticas anti-sociales del gobierno. No hay dinero para paliar la pobreza ni para la gente que padece trastornos mentales o graves adicciones. Son rebabas prescindibles. Recortables. Cuando alguno de ellos fallece en plena vía o dentro de una helada tubería, apenas una reseña en los periódicos hace mención al incidente.
Tal vez si en vez de hombres, mujeres y niños habláramos de fetos, algún ministro les aseguraría protección y les reconocería la plenitud de sus derechos. Pero como ya han nacido, abortar sus posibilidades de supervivencia no pesa sobre las ultracatólicas conciencias de nuestros mandamases. Para ellos la vida de los desheredados (excepto en el estado embrionario por supuesto) no vale nada. Para ellos, ya están muertos.

Fuente: diario del aire

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