Hay una confluencia de intereses económicos, geopolíticos y militares que impulsan la geoingeniería. Para los países con alto grado de emisiones de carbono y sus transnacionales contaminantes, la geoingeniería aparece como una
solución tecnológicaque les permitiría seguir emitiendo gases de efecto invernadero y encima hacer nuevos negocios, vendiendo tecnología para bajar la temperatura.
Para los intereses militares, la manipulación climática ha estado en su agenda desde hace décadas, se conoce que fue aplicada por Estados Unidos en la guerra de Vietnam. Si las mismas tecnologías se pueden
legitimarahora como
combate al cambio climático, pueden seguir desarrollándolas sin aparecer como estrategia bélica. De cualquier modo, se podrían usar contra países que no sabrán que les sucedió, porque parecerá un
desastre naturalo parte del caos climático. Que este tipo de propuestas y tecnologías se desarrollen con un nombre u otro (para cambio climático o como arma de guerra), no cambia el hecho de que son las mismas y que los países que las detenten tendrán control sobre el termostato global.
Por ello, el discurso de los científicos que piden y justifican la geoingeniería es como mínimo irresponsable, si no directamente parte del mismo juego geopolítico y militar. Claro que su argumento es otro: dicen que como los políticos no se pondrán de acuerdo, ellos deben salvar el planeta, cueste lo que cueste. Así construyen también la imagen de que no se puede hacer nada y que es inútil cuestionar las causas profundas del caos climático –el modelo industrial de producción y consumo dominante.
Pero eso es justamente lo que hace falta para enfrentar realmente la crisis climática, además de favorecer las verdaderas soluciones que se tejen desde abajo y no generan nuevas dependencias. Además, por las graves amenazas al ambiente, el sustento y la soberanía que representa, urge prohibir la geoingeniería.
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