Atados y bien amarrados a esa España inferior que ora y embiste, a los ciudadanos se nos advierte que ofender a la patria nos va a salir muy caro. Lo que no especifica la nueva ley de la mordaza es de qué carajo de patria están hablando. No puede ser la mía, la de la gente que sufre y sobrevive como puede a esta era de barbarie y que aún reserva fuerzas para la solidaridad con los desahuciados o los que pasan hambre.
No es la de la gente que pacíficamente defiende en las calles la enseñanza y la educación pública. Ni la que resiste a una lluvia de medidas inhumanas destinadas a favorecer a los bucaneros de la banca. Un pueblo que apenas patalea frente a la desproporción de palos que recibe. Conformados y dóciles pese a las humillaciones constantes, al expolio masivo de nuestros mayores tesoros nacionales, a la insultante chulería de los que nos gobiernan. Esa España que no arde por los cuatro costados inflamada de rabia aunque le sobren motivos para hacerlo. La que se manifiesta madura y responsable reclamando justicia social, trabajo, libertad y todas esas cosas propias de una sociedad civilizada y demócrata.
No, no puede ser que hablen de esa España, la que componen la gran mayoría de los españoles. Ésta ya está ofendida hasta la nausea. La que blindan ahora a sangre y fuego es la otra España. La de los patrioteros ultracatólicos que camuflan con aroma de cera y sacristía el irrefutable hecho de que son adoradores del poder y del dinero, su único dios verdadero. La España que vuelve de ultratumba para cortarnos las alas y cerrarnos el pico a patadas de multas millonarias. La que emplea cuchillas para parar el hambre de los de fuera y predica caridad para la famélica legión que crece dentro. La que regala dinerales a los bancos que están echando a la gente de sus casas. La que se pone la peineta por montera para sacralizar sus indecentes marranadas. La España de los traidores a mi patria. ¿Ofenderla? Lo más suave, es decir que me da asco.
Fuente: diario del aire
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