Antonio Aramayona
Más de 60 miembros de ETA excarcelados por la derogación de la doctrina Parot se han reunido en Durango. Es innegable que cometieron matanzas y asesinatos. Es igualmente innegable que fueron apresados, condenados y cumplieron condena, de acuerdo con la legalidad española. Y también que se reunieron en Durango porque el juez Pedraz no prohibió el acto. Incluso también que son libres de reunirse donde quieran y acordar juntos lo que crean conveniente, siempre que no contravengan los derechos humanos y las leyes españolas.
Esos ex presos de ETA han pedido en Durango más excarcelaciones de presos, en aplicación de la derogación de la doctrina Parot, y se han reafirmado sin ambages en “las vías políticas” para alcanzar sus objetivos. Ciertamente, no han mostrado arrepentimiento, pero el Código Penal no lo exige. Y reconocen el daño causado en y por “el conflicto”, cuyas consecuencias enclavan en un marco “multilateral” (afirman que las víctimas y el sufrimiento se han producido en ambas partes).
En este asunto la ciudadanía española suele ser solo selectivamente empática con los agentes del conflicto, si recordamos someramente qué es eso de empatía: literalmente, ponerse en el “pathos” del otro, o en otras palabras, tener la capacidad y la voluntad de percibir las ideas y las emociones que otra persona puede pensar o sentir. Con esto no me refiero a estar de acuerdo o a “comprender” el crimen perpetrado por un etarra, sino solo a librarse de las limitaciones de la perspectiva únicamente propia a la hora de analizar una cuestión.
Por mucha propaganda política que se nos haya querido lanzar desde la parte española, una buena parte de la población vasca reclama el derecho a “decidir”, la “autodeterminación”, el “autogobierno” o la “independencia”. Si no queremos hacer recuento de los votos obtenidos en las últimas elecciones vascas (de amplísima mayoría nacionalista, a pesar de la cantidad de obstáculos puestos a determinados grupos políticos abertzales por “apoyar el terrorismo”), basta considerar que en el referéndum de diciembre de 1978 votó en Euskadi solo el 30% del censo (un total de 1.552.737 ciudadanos con derecho a voto). Pues bien, el sí a la Constitución obtuvo en Euskadi 479.205 votos, el no 163.191, y la abstención, promovida por el PNV, 859.427 votos. Invocar, pues, la Constitución española al pueblo vasco en esta cuestión es, como mínimo, poco ajustada a la realidad.
Equivocados o no, un grupo de vascos y de vascas optaron por la lucha armada contra el Estado español como única vía real para conseguir la independencia de Euskadi. Contra el régimen franquista, primero, y contra los gobiernos españoles surgidos a partir de 1978, se armaron, mataron, asesinaron, volaron con bombas y perpetraron atentados sangrientos. Sin embargo, en sus mentes, lejos de considerarse criminales y terroristas, se consideraron “gudaris”, soldados y combatientes vascos. Lo han vivido como una guerra, han estado inmersos en su guerra, y –como ellos han declarado profusamente- en una guerra siempre hay víctimas. Ellos también hacen recuento de sus víctimas: además de las asesinadas por el GAL, cada año Amnistía Internacional ha denunciado a España por cometer torturas en comisarías y cárceles de Euskadi y el resto del país, obteniendo solo el silencio o la negación por parte de los sucesivos Gobiernos españoles.
Mal que les pese a algunas personas, esos ex etarras reunidos en Durango fueron asesinos, pero ahora la ley y la justicia los han declarado ciudadanos libres, de igual forma que sería una injusticia que un ladrón fuese considerado durante toda su vida ladrón tras cumplir condena legal en la cárcel. Seguramente, consideran que han cumplido con su deber. Probablemente, en el futuro su pueblo les rendirá homenaje y les dedicará calles y plazas. Esto repugna a muchas personas que pertenecen al otro bando, pero este esquizoide y doloroso drama existente en toda sociedad que ha pasado por un conflicto armado, lo conocieron bien en el pasado en Argelia, en Bosnia, en algunas repúblicas ex soviéticas, y en muchos otros lugares del planeta. El pueblo vasco pide simplemente ahora un referéndum, el mismo derecho a decidir, a la autodeterminación, que muchas personas y partidos políticos españoles reclaman, por ejemplo, para el Sahara Occidental o el Tíbet.
Los ex etarras han sido capaces de dejar de matar, pero los gobiernos españoles han sido hasta ahora incapaces de permitir pulsar y escuchar la voluntad popular de un territorio, Euskadi, hasta ahora administrativa, política y militarmente en dependencia del Reino de España. Demasiado miedo a… perder las siguientes elecciones…
Personalmente, me parecen execrables y condenables los crímenes de ETA. Me duelen sin paliativos las muertes, los asesinatos, los tiros en la nuca, las bombas, las lágrimas de los familiares y de los amigos. Pero me abstengo ya de seguir volcando sobre los ex presos de ETA una retahíla de adjetivos descalificativos y de topicazos repletos de demagogia barata, pues legalmente han pagado por sus crímenes. De paso, me cabrea sobremanera ver aún encarcelado a Arnaldo Otegi por unos cargos que causan tanta irrisión como pena, y sigo sin hallar explicación racional a que en Euskadi no se celebre pronto un referéndum sobre su futuro.
(El psicoanalista que llevo dentro me pregunta insistentemente por qué me meto innecesariamente en jardines donde pueden llover toda clase de cosas, pocas de ellas afables y buenas).
DdA, X/2.587
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